Una preocupación que tenemos los sacerdotes es que el Evangelio no se quede en historias bonitas, sino que se haga vida y realidad en la existencia concreta de cada persona, empezando por nosotros mismos. Pero a veces el Señor se adelanta a nuestros deseos y convierte en vida real el mismo Evangelio. Hace unos domingos se proclamó el Evangelio de la samaritana, en el pozo de Jacob. Pues en ese día tuvimos otra samaritana en la parroquia.
Sucedió así: se acerca una mujer a la sacristía con una botella de plástico vacía. Quiere agua bendita para su casa. Mientras se la voy llenando, le explico la importancia de la vida en gracia para la eficacia del agua bendita. Le pregunto si se ha confesado recientemente. «Hace muchos años», comenta, un poco avergonzada. Le indico que hay un sacerdote disponible que atiende muy bien y que se sentirá mucho mejor hablando con él. Se echa a llorar. Se emociona. Necesitaba soltar un montón de cosas. Llevaba una mochila demasiado pesada. Tras una larga confesión, decide apuntarse a la catequesis para hacer la Confirmación, traer a su marido, a su hijo y venir a Misa los domingos. Al salir reflexiona: «Ni siquiera sé por qué se me ha ocurrido entrar a la parroquia a pedir agua bendita. Nunca lo había hecho».
Cuando se dispone a irse le recuerdo que se lleve la botella de agua bendita, que se le había olvidado. Igual que la samaritana que olvidó su cántaro en el pozo para ir a anunciar a los suyos el encuentro con Jesús. Lo que se narra en el Evangelio sucede en la Iglesia. Lo que Jesús hizo entonces, lo sigue haciendo con cada persona: con cántaro o con botella de plástico.
José Manuel Horcajo
Párroco de san Ramón Nonato. Madrid
Párroco de san Ramón Nonato. Madrid
Alfa y Omega
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