En un discurso pronunciado en la Basílica de San Juan de Letrán en Roma, ante los participantes en el congreso eclesial diocesano, el Papa Francisco animó a afrontar la adolescencia de los hijos con comprensión y teniendo presente la importancia de esa fase que no debe ser vista con temor, porque «la adolescencia no es una patología».
El Santo Padre reflexionó sobre el tema en el que se centrará el Congreso y que considera «importante para la vida de nuestras familias: acompañar a los padres en la educación de los hijos adolescentes».
El Papa hizo referencia al dialecto propio de la ciudad de Roma para hablar de las características, dificultades y bondades de construir una familia en una gran ciudad y educar en ella a los hijos, «con toda su riqueza, sus oportunidades, su variedad y al mismo tiempo sus retos».
«La vida de las familias y la educación de los adolescentes en una gran metrópoli como esta exige poner una especial atención en los pilares», afirmó. «No podemos tomarla a la ligera, porque no es lo mismo educar o ser una familia en un pequeño pueblo que en una metrópoli», agregó.
Francisco detalló algunas de las experiencias que le han transmitido en sus visitas pastorales: «la distancia entre casa y el trabajo que en algunos casos llega a dos horas de viaje; la falta de lazos familiares cercanos debido a la necesidad de trasladarse para encontrar un trabajo o para poder pagar un alquiler; el vivir siempre ‘al céntimo’ para poder llegar a fin de mes porque el ritmo de vida es muy costoso; el tiempo tantas veces insuficiente para conocer a los vecinos donde vivimos; el tener que dejar muchas veces a los hijos solos en casa».
Por todo ello, animó a reflexionar sobre la familia y la educación de los hijos «en romanesco», teniendo presente los rostros de familias concretas.
En segundo lugar, el Obispo de Roma mostró su preocupación por el desarraigo presente en la sociedad. «Familias y personas que poco a poco van perdiendo su arraigo, sus vínculos, esa red vital tan importante para sentirse parte unos de otros, para participar con los demás en un proyecto común».
El Papa resaltó «la experiencia de saber que pertenecemos a los demás, en el sentido más noble del término. Es importante tener en cuenta este clima de desarraigo» que genera «una cultura desarraigada, una familia desarraigada, una familia sin historia, sin memoria, sin raíces».
«Por ello –recomendó–, una de las primeras cosas en las que debemos pensar como padres, como familias, como pastores, es el escenario donde arraigarnos, donde establecer vínculos, donde encontrar raíces, donde hacer crecer esa red vital que nos permite sentirnos en ‘casa’».
El Pontífice recordó que la adolescencia es un período de la vida en la que se permanece en movimiento, en transición: «es una fase ‘puente’, y por ese motivo los adolescentes no son de ni aquí ni de allí, están en camino, en tránsito. No son niños y no quieren ser tratados como tales, y tampoco son adultos pero quieren ser tratados como tales, especialmente a nivel de los privilegios».
«Buscan siempre la comparación, preguntan, lo discuten todo, buscan respuestas, atraviesan diversos estados de ánimo, y las familias con ellos».
No obstante, también destacó el valor positivo de la adolescencia: «Es un tiempo precioso en la vida de vuestros hijos. Un tiempo difícil, sí. Un tiempo de cambios y de inestabilidad, sí. Una fase que presenta grandes riesgos, sin duda. Pero, sobre todo, es un tiempo de crecimiento para ellos y para toda la familia».
Por eso quiso ser tajante al afirmar que «la adolescencia no es una patología y no podemos afrontarla como si lo fuese».
Asimismo, animó a plantear la educación de los adolescentes con una «alfabetización socio-integrada, es decir, una educación basada en el intelecto (la cabeza), los afectos (el corazón) y las habilidades (las manos). Esto ofrecerá a nuestros jóvenes la posibilidad de crecer de forma armónica no sólo a nivel personal, sino también social».
El Papa advirtió que «hoy los jóvenes encuentran mucha competición y pocas personas con las que compararse». Atribuyó este fenómeno a la cultura de la «eterna juventud». «Parece que crecer, envejecer, estacionarse es un mal. Un sinónimo de vida frustrada o agotada».
«Hoy parece que todo se enmascara o se disimula, como si el mismo hecho de vivir no tuviese sentido (...). Me da pena cuando veo… a los que se tiñen el pelo. Me da pena que se quiera hacer un lifting al corazón. Hoy se usa más la palabra lifting que la palabra corazón».
«Estas arrugas me han costado toda la vida, son preciosas», dijo el Santo Padre, y lamentó que hoy en día «encontramos muchos padres adolescentes, muchos que quieren jugar a ser adolescentes para siempre».
Esta realidad «puede aumentar la tendencia natural que tienen los jóvenes a aislarse o a frenar su proceso de crecimiento ante la falta de un referente en el que reflejarse».
El Santo Padre recordó la urgencia de «recuperar el principio espiritual de la austeridad» frente a un contexto de consumismo extremo.
«Hemos entrado en una vorágine de consumo y hemos sido inducidos a creer que valemos tanto como lo que somos capaces de producir y de consumir». «Educar en la austeridad es una riqueza incomparable», finalizó.
ACI/Miguel Pérez Pichel
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