La evangelización no es una forma de publicidad religiosa, sino que consiste primero en un testimonio de la fe dado en la convivencia
En la ciudad transcurre la vida del 80 % de los españoles. Otras estructuras más amplias nos afectan: tenemos empleo –o no– en buena parte por políticas nacionales; nuestras empresas venden sus productos –o no– según logren insertarse en la competencia global; la seguridad social se administra según autonomías. Pero nuestra convivencia directa con otras personas ocurre en la ciudad.
Viviendo en Madrid, a veces sufrimos dos espejismos propios de las grandes ciudades. El primero consiste en entender lo local primero, en clave mayor que la misma ciudad. Así tienden a proponérnoslo los medios: la palabra del alcalde se toma como indicación de lo que haría su partido de llegar al Gobierno nacional. La ciudad queda entonces desdibujada por arriba en nuestra mirada: no evaluamos en realidad políticas municipales (si ayudan o no a la concreta convivencia urbana) sino indicios de políticas nacionales.
El segundo espejismo es el opuesto. Como esta ciudad es tan grande, nos movemos solo por algunas zonas: donde vivimos, donde trabajamos, quizás el centro o lo que haga de centro para nosotros… No vemos el conjunto de la ciudad, con sus equilibrios y desequilibrios. Es lo que podríamos llamar el desdibujamiento por abajo de la mirada.
Lo propiamente municipal es más visible, curiosamente, en las ciudades pequeñas y medianas. Sin embargo, en todos los casos la unidad de convivencia es la ciudad entera. Si se nos vuelve invisible porque solo apreciamos indicios de políticas mayores, ello constituye ya un déficit. Y si se ha fragmentado en nuestra mirada, y solo nos interesan aquellos ámbitos en que vivimos nosotros, tenemos otro déficit.
De hecho, el salto es fácil de unos ámbitos a unos modos de vida: dejan de interesarnos también las personas que viven en la calle o los muchachos africanos pidiendo a la puerta del supermercado, aunque estén en nuestros mismos lugares. Nuestra ciudad acaba siendo los que se parecen a nosotros, los que viven de la misma manera.
Esto no se refiere solo a situación social. Se extiende con facilidad a las edades: se nos hace difícil comprender el mundo de los niños y jóvenes incluso del mismo barrio. Y se nos escapa la ciudad de los ancianos, sin reflejos para esquivar una bicicleta mal llevada o con dificultades para acciones ordinarias. Así podemos seguir con algunos discapacitados físicos o psíquicos, que como son distintos a nosotros ya no entran del todo en nuestra ciudad.
Esto resulta relevante para la comunicación de la fe. La evangelización no es asunto primeramente mediático, alguna forma de publicidad religiosa. No es que ello esté mal; pero la evangelización consiste primero en un testimonio de la fe dado en la convivencia. Por eso la ciudad constituye un lugar básico de la evangelización cristiana, desde los mismos comienzos en los apóstoles.
La ciudad como unidad de convivencia
El primer paso para los católicos de una Iglesia en salida consiste entonces en rehacer dentro de nosotros la ciudad como unidad de convivencia. Ocuparnos de la ciudad en sí misma: contribuir a que la convivencia entre clases, religiones y culturas, grupos etarios, grados de habilidad y deshabilidad, crezcan en vez de disminuirse hasta formar un archipiélago de guetos. Ir a los diferentes, vivir con ellos para vivir con todos. «Me hice todo para todos», dice san Pablo, el apóstol de ciudades por excelencia.
El segundo paso, por supuesto, consiste en dar un testimonio de la fe que el otro pueda comprender, esto es, en un lenguaje que sea tan suyo –que lo escucha–, como nuestro –que lo hablamos–. Y viceversa, recibir su testimonio, para aprender también de sus modos de vivir y de creer. El diferente tiene mucho que enseñarnos, justo por diferente, por no sabido, porque su vida es tan distinta a la nuestra. Esa conversación, que requiere fraguar lenguajes comunes, constituye una razón de fondo por la que evangelizar en la ciudad implica reconstruirla como unidad de convivencia real.
Raúl González Fabre, SJ
Director de entreParéntesis
Director de entreParéntesis
Alfa y Omega
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