Éxodo 34, 4-6. 8-9: “Yo soy el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente”
Daniel 3: “Bendito seas para siempre, Señor”
II Corintios 13, 11-13: “Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes”
San Juan 3, 16-18: “Dios envió a su Hijo para el que el mundo se salvara”
Todavía con el corazón sorprendido por tanta bondad de personas de las tres diócesis: Morelia, San Cristóbal e Irapuato, voy poco a poco asimilando cada uno de la multitud de detalles que se conjugaron en mi llegada a Irapuato. Frente a mí tengo una de las ofrendas que me presentaron como representativa de esta diócesis: un triptico del año de la fe que enmarcado entre los símbolos de la diócesis y de la Iglesia, se abre para manifestar en el centro una imagen de la Santísima Trinidad. Todo gira en torno a esta imagen y así nos señala que todo, todo de verdad, debe estar centrado en torno a nuestro Dios Uno y Trino, amor, relación, comunidad. Es lo que da sentido a nuestra vida, a nuestra actividad, a nuestros sueños y afanes.
Con frecuencia el hombre busca modelos o referencias que den sentido a su persona. Y cuando el hombre mira en lo más profundo de su interior para analizar su propio ser, descubre que lleva esa referencia inscrita en lo más profundo de ser: una referencia al Ser Superior, al Creador. A este fondo inalcanzable de nuestro propio ser responde la palabra “Dios”. Dios significa esto: la profundidad última de nuestra vida, la fuente de nuestro ser, la meta de todo nuestro esfuerzo. No es un tapa-huecos, no el fantasma que asusta y condiciona, ni tampoco una manera fácil de explicar el mundo. Es la realidad y relación más profunda del hombre que descubre la grandeza de su propio “yo” pleno y abierto a compartir, a relacionarse y a vivir en plenitud. Así, nuestro propio ser expresa la experiencia que nosotros tenemos de Dios. Por eso me fascina esta manifestación de nuestro Dios: Uno y Trino, Relación y Amor que nos presenta Jesús. ¡Qué lejos del Dios justiciero y vengador que aparece en muchos momentos en el Antiguo Testamento! Y sin embargo, hay muchos que viven con estas caricaturas de la imagen de un Dios lejano, aislado, terrible e inquisidor y así lo viven en sus vidas.
Dios uno y trino es amor, es su primera y más grande expresión. Y a eso estamos llamados todos los cristianos. Cristo nunca intentó dar explicaciones de cómo el Padre y Él eran uno solo. No formuló doctrina para que nos quedara muy clara esa unidad de tres Personas; simplemente habló del amor que hay entre ellos y de su deseo de que este mismo amor haya entre todos los hombres. Es el ideal de toda persona y de la Iglesia: poner en el centro a la Trinidad, al Dios uno y Trino. Así evitaremos la tentación de un autoritarismo o de una anarquía. Si Dios es comunión y amor, el hombre encontrará su verdadero sentido, uniendo al mismo tiempo la importancia y dignidad de la persona junto con la importancia y dignidad de la comunión. Cuántos individuos, esgrimiendo el derecho de la persona, pasan por encima de la comunidad, pero también cuántas dictaduras y gobiernos, arguyendo el bien común, atropellan los derechos individuales. Solamente el modelo de la Trinidad nos permite encontrar un sano y fecundo equilibrio entre persona y comunidad. Juntos crecen, juntos son fecundados y juntos crean una verdadera imagen del Dios Trino.
Desde pequeños nos enseñamos a iniciar nuestro día y nuestra actividad, “En nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, porque queremos indicar que todo nuestro ser tiende a buscar a nuestro Dios. A veces al expresar el nombre “Santísima Trinidad”, podríamos tener la impresión de estarnos refiriendo a una entidad abstracta, inmóvil y lejana. Por las palabras de Jesús podremos experimentar que no es así: es un dinamismo de amor continuo entre las personas de la Trinidad y una fuente de amor inagotable hacia el hombre: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna”. El hombre encuentra su plenitud al ser amado por Dios, nos llena de alegría el participar del amor Divino, del amor de Jesús que se entrega hasta el fin. El amor conyugal, el amor fraternal y el amor de familia tienen su más rico modelo en el Dios Trino y Uno, que ama y que da vida plena. La experiencia de este Dios, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al otro. Así la experiencia que tenemos de nuestro Dios es una fuente inagotable de vida, dinamismo y compromiso. No puede verdaderamente creer en Dios quien está segando la vida del hermano, quien se encierra en sí mismo y rompe la comunión, quien vive apático frente a los hermanos. La experiencia de nuestro Dios Uno y Trino que nos invita a participar de su misma vida y nos compromete seriamente en la construcción de un mundo de acuerdo a nuestra fe: una fe comunitaria, de amor y participación.
San Juan nos ofrece hoy las palabras precisas donde encontramos el centro y eje de toda nuestra vida cristiana: “Tanto amó Dios al mundo…”. Esa es la Buena Noticia: somos hijos de un Papá Dios que nos ama, somos hermanos de un Hijo Mayor, Jesús, que da la vida por nosotros, y estamos habitados por el Espíritu que es vida y santidad. Ahí está la buena y gran noticia. Si esto lo comprendiéramos y lo viviéramos no podríamos vivir tristes ni permitir que nuestros hermanos vivieran tristes, solos o abandonados. Es doloroso comprobar que muchas veces los que nos decimos creyentes no somos capaces de descubrir y experimentar esta fe como una auténtica fuente de vida, y nos contentamos con ir sobreviviendo, cargando con nuestra existencia a más no poder. Nos olvidamos de ese Dios cercano, familia, comunidad, que toma la iniciativa para amarnos, que se entrega sin condiciones, con plenitud y lealtad y que sostiene y anima nuestra vida.
Hoy, al celebrar a la Santísima Trinidad, debemos cuestionarnos seriamente si somos esa imagen de amor, de entrega y unidad que es nuestro Dios. Si hemos vencido los miedos, ambiciones y discriminaciones hacia los hermanos que también son hijos del mismo Padre, hermanos del mismo Jesús y templos del mismo Espíritu. Es un gran cuestionamiento también sobre la forma de educar y vivir en la familia. La Santísima Trinidad es el modelo de educación, integración y amor familiar.
Santísima Trinidad, concédenos experimentar el gran Amor del Padre, la entrega incondicional de Hijo, y la fuerza y vitalidad del Espíritu Santo. Amén.
ZENIT
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