Desde el libro del Génesis, el primer libro del Antiguo Testamento, la imagen del pastor que conduce el rebaño se encuentra fuertemente arraigada en la Sagrada Escritura. La cultura israelita estaba dominada por una sociedad de pastores. Por eso no será extraño escuchar a lo largo de la Biblia alusiones constantes hacia este oficio. Por una parte, el pastor es el jefe que guía el rebaño. Es un hombre fuerte, capaz de defender a las ovejas contra las fieras. Pero al mismo tiempo se preocupa cuidadosamente por el estado de su rebaño. Se adapta a su situación y, si es oportuno, lleva a las ovejas en sus brazos. Su autoridad se fundamenta, por lo tanto, en el conocimiento, en la entrega y en el amor a su rebaño. Este es el motivo por el cual en el Antiguo Oriente los reyes eran considerados como los pastores de un gran rebaño, al que habían de cuidar. Esta imagen será asumida por la Escritura para describir la relación de Israel con Dios o del pueblo de Dios con Cristo o sus enviados.
Una relación de conocimiento y amor
San Juan considera la Iglesia bajo el cayado de Jesucristo, el único pastor. El evangelista parte de que nadie puede querer lo que no conoce. Para que exista amor verdadero, ha de haber un conocimiento previo. El Evangelio que nos ofrece la liturgia de este Domingo del Buen Pastor trata de describir los rasgos más significativos de la relación entre Cristo-Pastor y su rebaño. La relación es tan profunda que es difícil de romper. Y el fundamento de este vínculo es el conocimiento recíproco y el amor. Y este conocimiento y amor mutuo es capaz de crear una nueva existencia en el hombre. Si se mantiene la relación, se nos garantiza la vida: «He venido para que tengan vida y la tengan abundante», concluye el pasaje de san Juan.
La actitud del rebaño hacia Cristo, el Pastor, es descrita mediante dos verbos: escuchar y seguir. Para seguir al Señor es necesario escuchar su Palabra, para poder alimentar la fe y posibilitar que esta aumente día tras día. Si estamos atentos a la voz del Señor, podemos valorar nuestro obrar, de manera que se adecúe a la voluntad del Señor. A partir de la escucha, podemos seguir al Señor. Pensemos en los discípulos que vivían con el Señor. Para iniciar el camino junto a Jesús tuvieron que escucharlo. Solo a partir de ahí comenzaban un itinerario de vida junto a él.
Pasar por la puerta: el Bautismo y la vida cristiana
Jesús se presenta a sí mismo como el único mediador. Así lo explicita cuando afirma: «Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos». El Señor nos dice que para llegar a conocer a Dios es necesario pasar por Él, que es su hijo y el verdadero pastor del rebaño. Para los cristianos, la puerta se nos abre en el momento del Bautismo. Por eso es útil poner en relación el pasaje evangélico con la primera lectura de hoy, tomada de los Hechos de los Apóstoles. Cuando, tras el anuncio de la resurrección, los judíos preguntan a los apóstoles qué han de hacer, Pedro contesta: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús». El Bautismo se presenta como el modo esencial de pasar por la puerta. A partir de ahí, toda la vida del cristiano ha de ser una respuesta al sacramento que ha recibido. Por eso, Cristo es también referencia para la moral cristiana. No vivimos un comportamiento o una moral cristiana sin más, sino porque estamos respondiendo a un don recibido previamente: el de haber sido conocidos y amados por el verdadero y único pastor del rebaño. Si Jesucristo es modelo de vida para nosotros, el seguimiento a su persona consiste en hacer cuanto él hizo.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
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