El último encuentro del Papa en Egipto tuvo un carácter familiar e íntimo aunque participaban millar y medio de personas. Francisco se reunió con unos quinientos sacerdotes, setecientas religiosas y un centenar de religiosos en el campo de futbol del seminario de Al-Maadi, donde los más orgullosos eran, lógicamente, los 30 seminaristas.
Francisco comenzó su discurso revelándoles una prioridad de su corazón: «daros las gracias por vuestro testimonio y por todo el bien que hacéis cada día trabajando en medio de numerosos retos y, a menudo, con pocos consuelos».
Es lo habitual en países con problemas y donde los católicos son una minoría pero, en realidad, comparada con otros países de Oriente Medio, la situación de Egipto no es tan mala. Quizá la característica específica es un cierto clima de pesimismo.
El Papa es consciente de las dificultades reales y también de las psicológicas, por eso mencionaba ambas en el pasaje central de su discurso a los católicos egipcios, una pequeña comunidad de 270.000 personas, prácticamente invisible al lado de los diez millones de coptos, a su vez minoría junto a 90 millones de musulmanes.
En tono realista pero a la vez vigoroso, Francisco les ha dicho que «en medio de tantos motivos para desanimarse, de tantos profetas de destrucción y de condena, de tantas voces negativas y desesperadas, sed una fuerza positiva; sed la luz y la sal de esta sociedad».
Es una tarea difícil, pero es la vocación marcada por Jesús en el Evangelio, que el propio san Marcos trajo a las tierras de Alejandría, la gran capital cultural del mundo en aquellos momentos.
Animándoles a no dejarse oprimir bajo el peso de una grandeza pasada que testimonian las pirámides, el Papa les ha insistido en que los católicos deben ser en este país «la locomotora que empuja el tren hacia adelante, llevándolo hacia la meta. Sed sembradores de esperanza, constructores de puentes y artífices de diálogo y de concordia».
En un plano más práctico, y hablando a personas dedicadas enteramente a Dios, Francisco les ha enumerado siete tentaciones «que las personas consagradas encuentran cada día en su camino».
En primer lugar y con toda claridad les ha dicho que una persona dedicada a evangelizar «no puede dejarse arrastrar por la desilusión y el pesimismo». Y debe ser generosa, debe «saber ser padre cuando los hijos la tratan con gratitud pero, sobre todo, cuando no son agradecidos».
«La tentación del “faraonismo”»
Les ha alertado, en segundo lugar contra «la tentación de quejarse continuamente», típica de ambientes clericales, lo mismo que las tentaciones de «la murmuración y la envidia».
Con un juego de palabras les ha puesto en guardia frente a «la tentación del ‘faraonismo’, es decir, de endurecer el corazón y cerrarlo al Señor», como el faraón del tiempo de Moisés, que no dejaba marchase a sus esclavos judíos.
La palabra «copto» significa «egipcio», y un buen resumen de su vocación especifica es, según Francisco, «ser coptos -es decir, arraigados en vuestras nobles y antiguas raíces- y ser católicos –es decir, parte de la Iglesia una y universal-, como un árbol que cuanto más enraizado está en la tierra, más alto crece hacia el cielo».
Era un texto para meditar durante las próximas décadas, tanto en su enseñanza como en el espaldarazo final del Papa: «Os tendré presentes en mi corazón y en mis oraciones. ¡Ánimo y adelante! ‘Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría’. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí».
Juan Vicente Boo. El Cairo (ABC)
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