domingo, 21 de mayo de 2017

«El Evangelio no es la acción social, sino que Jesús nos sienta a todos a la misma mesa»





Entrevista al párroco de Santa Anna de Barcelona, que no tenía fieles y abrió sus puertas a los pobres
Peio Sánchez es el párroco de Santa Anna, la iglesia de Barcelona (España) que este invierno, durante la ola de frío, decidió abrir sus puertas durante unos días a los pobres para que pernoctaran en algunas de sus capillas. Cuando el termómetro volvió a subir, la experiencia de la hospitalidad con los más marginados de la sociedad había sido tan satisfactoria que se mantuvo la acogida, el reparto de comida y bebida diarios y la atención psicológica y de las asistentas sociales de Cáritas.
Con el gesto público que ha sucedido en esta preciosa iglesia románica y gótica situada en el mismo corazón de Barcelona, parece que ha cambiado la imagen de la Iglesia en la ciudad. Algo parecido a lo que ha sucedido con el Papa Francisco y sus llamamientos a convertir la Iglesia en un Hospital de Campaña de nuestra sociedad herida por tantos estigmas. No han cambiado nada del dogma y la caridad de raíz eclesial prosigue. Sin embargo, la Iglesia se nos aparece hoy un poco más pobre y perfumada de evangelio.
Para entender un poco mejor esto, hemos entrevistado a Peio Sánchez, que es quien capitanea el equipo de religiosos y voluntarios que han hecho esto posible.
¿Cuándo empezó su vocación por los más desfavorecidos?
Aprendí a ser cura acompañando a morir a jóvenes con SIDA en Salamanca. Eran jóvenes de mi edad. La mayoría se habían contagiado por la droga. Murieron todos.
¿Qué ha sucedido en Santa Anna? Ante los reiterados llamamientos del Papa Francisco a la misericordia y a la pobreza, ¿habéis comenzado a hacer algo que los católicos habíamos olvidado?
No. Lo que pasa es que en la Iglesia hemos especializado la acción social. Hemos hecho una buena acción social, pero por ahí precisamente se nos ha colado la secularización. El Evangelio no es la acción social, sino que Jesús nos sienta a todos a la misma mesa.
Caritas tiene su centro de atención a indigentes. Llamas por teléfono, pides hora para la entrevista, cuando vas a la hora que te toca llenas un cuestionario y la asistenta social sabe los recursos con los que se cuentan y ve qué recursos se te pueden asignar como usuario.
Jesús, por el contrario, te dice: «siéntate», se sienta a tu lado, y no hay una ficha o una puerta, sino un encuentro y un camino que se abre.
El problema es que nosotros vivimos un enorme divorcio entre la Misa y la acción social y eso saca la entraña al evangelio. La sociedad secular esconde el don de Dios. En Santa Anna buscamos combatir esto incluso con la distribución de los espacios.
¿Y cuál es tu valoración? ¿Después de todos estos meses, crees que ha funcionado?
Mucha gente que dice «yo no entraría jamás en una iglesia» entra en la nuestra. Rompemos clichés a través de signos evidentes. Hay que aprender a hacer signos con el Papa. Sirven para los de fuera, como he dicho, pero también para los de dentro.
En Santa Anna, por ejemplo, tenemos una cofradía que nos pedía que invirtiésemos continuamente en la reforma de su capilla. Desde que los pobres son una presencia aquí, ya no nos lo piden. Ven naturalmente que lo suyo no es prioritario.
¿Con qué gestos buscáis unir lo sagrado y lo social?
Oramos y servimos a la vez, por ejemplo. Lo hacemos claramente, a través de la distribución de espacios, generando un signo. Es bueno que se escuche el ruido de los cubiertos en la sala de al lado cuando se oficia. El ruido y el grito de los pobres son la voz de Dios.
Si tienes esa voz ahí al lado, ¿por qué la buscas en un silencio deshabitado? Yo me he acostumbrado a rezar con el murmullo. Curiosamente, te ayuda a rezar.
¿Por qué habéis tenido esta iniciativa precisamente en esta parroquia y no en otra?
Cuando llegué, le di la extremaunción al antiguo párroco y me encontré con que todo estaba cerrado. La belleza de esta construcción y todo el arte que en ella tenemos era mucho, pero no teníamos feligreses. En Plaza Cataluña, en pleno centro de Barcelona, no vive nadie. Hace 20 años que no se celebran primeras comuniones aquí. Como no había fieles pero sí muchos pobres en los alrededores, pues abrimos las puertas a los que lo necesitaban.
¿Por qué consideras tan importante esta dinámica de los gestos?
Estamos escribiendo un libro sobre el Hospital de Campaña. Para ello estoy leyendo autores que hablan de lo terrible que es que la Iglesia se convierta en una cosa turística, que es lo que nos está sucediendo. Eso vacía la Iglesia de significado.
Ante esto es muy difícil hacer nada. ¿Cómo hacer gestos en la Sagrada Familia que transparenten el evangelio? El sistema se ha apropiado de ella.
¿Y qué problema ves en eso?
Es verdad que el dinero que se recoge seguramente se usa bien, pero el sacramento es comunicación en esencia. Un sacramento que ya no es capaz de comunicarse es ridículo. Hoy tenemos una gran dificultad para que la Iglesia comunique lo que es. En eso el Papa es genial. Enseña a la Iglesia a ser comunicativa sacramentalmente.
Asistimos a una gran crisis de la confianza. Si el mayor creyente que teníamos aquí era Jordi Pujol y resulta que se ha lucrado con la política a lo grande: ¿qué imagen queda de la Iglesia?
Si vemos las encuestas, la confianza del ciudadano en la Iglesia es más o menos tan baja como en los políticos. Sin embargo, la confianza en Caritas es altísima. ¿Qué es lo que pasa entonces? ¿Es que Caritas no es la Iglesia? Lo que sucede es que se ha roto la sacramentalidad, que no se hace evidente para nadie que la obra social tiene una raíz evangélica.
El hecho de que la iglesia más grande y más bonita esté cobrando entrada a todo el mundo, creo que está dificultando la sacramentalidad de todas las iglesias.
¿Qué es lo que se puede hacer ante esto?
Es muy difícil solucionar el problema Sagrada Familia de modo aislado. Lo que sé seguro es que no hay que estar todo el día lamentándose de que se haya perdido la confianza en la Iglesia. Se trata de ganarla, de ver qué se puede hacer para recuperarla.
La confianza en la Iglesia se recuperará si se recupera la confianza en Dios y en el Evangelio, y eso lo conseguimos haciendo transparente el Evangelio a través de gestos significativos que tenemos que aprender a hacer.
¿Por ejemplo?
Si una familia de neocatecumenales que tiene 7 hijos adopta a un chico con síndrome de Down, eso hay que hacérselo ver a todos.
Sin embargo, la Iglesia retrocede demográficamente en nuestro país y pierde hegemonía cultural a marchas forzadas.
¿No habría que intentar preservar lo que tenemos?
Hay que abrirse a las periferias, como dice el Papa. El cierre está asociado al miedo, por ejemplo al miedo a que las iglesias se queden vacías. Perdamos el miedo. Ya no tenemos nada que perder.
En Santa Anna, cuando llegué, no tenía ningún feligrés que perder. Con eso la Iglesia puede recuperar mucha libertad. Y si recuperas la libertad, recuperas el prestigio.
Los de Podemos no querían hablar con nosotros y ahora ya quieren, porque claro, les hemos pasado por la derecha. Estamos mostrando sus vergüenzas. Ellos defendían el no al desalojo y nosotros estamos recogiendo a los desalojados que ellos tenían que proteger.
Esta libertad significa valentía y quizás riesgo, algo que no suele asociarse a la Iglesia en España, que más bien suele ser vista como conservadora.
Hay que comunicar, que las cosas se vean, dejarse de preocupaciones institucionales que no nos dejan mostrar el Evangelio. Si la gente ve que hay verdad, incluso los políticos te hacen caso.
¿Por qué la Iglesia en Cataluña no se ha pronunciado contra la corrupción? ¿Por qué no ha hecho un comunicado fuerte al respecto? Por miedo a perder los conciertos de los colegios. Otros se mueven por miedo a que vaya a no salir el PP y lleguen otros mucho peores, y por eso no critican los escándalos de corrupción. Así lo que hacemos es dejar la sal sosa.
¿Qué papel juegan en este sentido los pobres?
Los pobres dan significatividad sacramental a la Iglesia, porque es en ellos donde hoy más se ve la brecha y el dolor del mundo.
Se trata de gestos muy sencillos. Por ejemplo: viene la ola de frío y abres 5 parroquias en Barcelona para que los pobres puedan dormir. Después las vuelves a cerrar. Eso es un gesto significativo. Ahí se muestra nítidamente qué es la Iglesia.
Ratzinger lo dice: el problema no es que la Iglesia se quede pequeña, sino que pierda su significatividad olvidándose de Cristo. Tendemos a pensar que lo que va a sostener a la Iglesia son las estructuras, pero lo que sostiene a la Iglesia es la conversión a Jesucristo de cada uno.
Entonces, ¿los pobres son una cuestión meramente estratégica, un instrumento para mejorar nuestra imagen?
No. La presencia de los pobres hace mucho más fácil plantear las exigencias del Evangelio. Cuando convives con pobres, la exigencia es concreta y a uno le urge hacer algo. El cuerpo a cuerpo con el pobre te mueve a convertirte al Evangelio.
Y eso vale para uno de dentro y vale para los que están mirando desde fuera, que ven vidas cambiadas por el Evangelio. Los pobres son «madre», como dice san Ignacio y cita el Papa a menudo, porque tienen un gran poder de evocación evangélica a la conversión.
¿Qué te parece en este sentido el pontificado de Francisco?
Una guía y sugerencia continuas. Pero no basta con el Papa. La credibilidad y la confianza surgen de la Iglesia, renacen de los gestos próximos y no de los gestos espectaculares del Papa, aunque es verdad que, de otro modo, también fomentan un acercamiento de la Iglesia a la gente.
Tenemos que aprender de él, que constantemente se escapa de lo establecido por el protocolo. En Egipto, por ejemplo, ha decidido ya no ir blindado. Él dice: yo ya lo he vivido todo y no tengo nada que perder. No calcula. Esto es algo que tenemos que recuperar: el dinamismo de la conversión pastoral.
¿Qué crees que nos toca en un futuro cercano en la Iglesia en Cataluña?
Tenemos las parroquias llenas con gente buenísima que no para de recordarte cómo se hacen las cosas desde siempre. Sin embargo, lo que estamos haciendo ahora es enterrar a todos esos gentilhombres y si seguimos haciendo las cosas igual no va a quedar nadie.
Por eso es importante que pongamos al pobre en el centro de la Iglesia, así redescubriremos el Evangelio y los no creyentes tendrán también la oportunidad de encontrarse con la excepcionalidad de la Iglesia.
Jorge Martínez Lucena/Aleteia.org

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