«No tengáis miedo», «paz a vosotros», son las frases que más se repiten en los relatos de la Resurrección. La confianza y la paz acompañan a los que han experimentado a Jesucristo vivo y resucitado, a los que se fían de la Providencia
No es fácil para una matemática acostumbrarse a vivir sin previsiones, sin tener todo controlado como hace la mayoría de la gente. Es el caso de la madre Claudia, superiora de la comunidad de Servidoras de Jesús del Cottolengo del padre Alegre (Madrid). Allí, 14 hermanas –ocho de las cuales se mueven en sillas de ruedas– atienden a 80 enfermas con discapacidad.
Dice la madre Claudia que, hace 28 años, cuando entró en la congregación, «lo primero que me sorprendió fue la Providencia, y también la alegría. No tener nada, atender a enfermos pobres e incurables, y estar siempre contentos: eso es lo que se respira aquí. La alegría de no tener nada. Cada día es un regalo, la salud es un regalo, levantarse por la mañana es un regalo».
En el Cottolengo «vivimos totalmente abandonados en la Providencia, no tenemos subvenciones de ningún tipo. Tampoco pedimos nada ni aceptamos nada que sea fruto de una petición directa que otros hagan para nosotras: es el cuarto voto que tenemos». En realidad, al único al que le pueden pedir algo es a Dios, «por eso la oración es el trabajo más importante que tenemos. El sagrario es el centro de esta casa: cuando alguien necesita algo allá que vamos, a ponernos delante de Él. Y el Señor nunca nos defrauda. Es el mejor jefe».
Así, aunque la casa es muy grande y tiene muchos gastos, Dios siempre ha provisto, desde 1948 cuando echó a andar en Algete. Hasta los mismos voluntarios, indispensables para su funcionamiento, son también fruto de la Providencia, porque no hay un compromiso fijo y vienen cuando quieren o cuando pueden.
Anécdotas sobre este vivir abandonado en Dios hay muchas. La pasada Navidad no tenían lombarda, un plato típico que suelen dar de cenar a las enfermas en el Cottolengo. «Dos días antes no teníamos nada, pero entonces llamaron a la puerta y un señor al que no conocíamos de nada nos dijo: “No sé por qué, pero les traigo dos cajas de lombarda”. Nosotras sí sabíamos por qué».
En otra ocasión no tenían leche, algo muy necesario sobre todo para hacer la papilla que precisan para comer las enfermas a las que llaman las pequeñas, las que están en peor estado de salud. «Entonces llegaron unas voluntarias que nos trajeron dos cajas grandes de leche, y no había pasado una hora cuando llegó un camión con un palé entero lleno de leche.
Y así hay muchas más historias», afirma madre Claudia con una sonrisa, recordando que «Dios es Padre, y los enfermos son sus mimados. Y cuida de ellos hasta el mínimo detalle».
La superiora de este Cottolengo aclara que «a veces atribuimos lo que nos pasa a la casualidad, cuando en realidad es la Providencia de Dios la que está detrás. Hay que pedirle al Señor por tus necesidades. A veces no llegan las cosas como tú querrías, y en vez de una cosa te manda otra, pero es por una razón que descubres después, y es lo mejor para ti. Hay que fiarse de Dios por entero».
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
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