Francisco de Asís recibió la misión de reconstruir la Iglesia, y restauró con sus propias manos la ermita de la Porciúncula. Más adelante pudo transmitir su mensaje de pobreza a toda la Iglesia de la que nació una verdadera renovación, una verdadera reforma. Ahora que estamos celebrando los quinientos años del inicio de la Reforma luterana, viene bien recordar –según palabras de Juan Pablo II− que «los verdaderos reformadores son los santos». Dejan que Dios actúe en ellos y, por medio de sus vidas, reforman de verdad la Iglesia.
El 13 de marzo del 2013 fue elegido el primer Papa no europeo, latinoamericano, para más señas. Llegado «casi desde el fin del mundo», como él mismo se presentó en el balcón central de la basílica de San Pedro, se propuso reformar la Iglesia siguiendo los pasos del santo de Asís, del Vaticano II y de sus predecesores. El mensaje ha calado en el pueblo cristiano, a quienes pedía su bendición tras su elección, al comenzar su pontificado. Muchos de los más de 1200 millones de católicos han recuperado el orgullo de la fe, y un número incontable de personas vuelven a interesarse por el mensaje y la persona de Jesús.
La sencillez y el estilo evangélico de Bergoglio, su opción preferencial por los pobres y su empeño por mostrar una Iglesia misericordiosa, misionera y «en salida», han logrado el llamado «efecto Francisco» en todo el mundo. Incluso en lugares donde los cristianos son minoría, como el norte de África o Extremo Oriente, se siguen con atención sus gestos. Como decía Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger: «sus palabras llegan al corazón de los que creen y de los que no creen». Ser católico vuelve «a estar de moda», dicen con su habitual ironía y escepticismo los mismos romanos.
Casos de pederastia
Francisco está llevando a cabo la reforma de la curia en la ciudad eterna, a la que deben seguir las diócesis de todo el mundo. En estos cuatro años ha reforzado el control en los casos de pederastia y sobre las finanzas del Vaticano. Ha promovido por tanto una reforma que es limpieza. Para ayudarle en esta tarea creó un Consejo de cardenales con nueve purpurados de los cinco continentes. Había que intervenir de urgencia. Expresó su visión de la Iglesia con una de sus felices imágenes: «como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto».
Francisco se ha erigido en estos cuatro años como un indiscutible líder espiritual, mirado con simpatía también por otros cristianos como ortodoxos, anglicanos y protestantes. Y también por no creyentes. Esta buena imagen facilitó por ejemplo la mediación entre Cuba y Estados Unidos, logrando que se normalizaran las relaciones hasta ese momento. Su próximo golpe fue la encíclica dedicada a la ecología y el medio ambiente, publicada posiblemente antes de mitad de año. Después vino la «ecología del amor», presentado en ese apasionado canto titulado Laudato sí. Pueden venir más propuestas de reformas, sobre todo interiores. Permanezcan pues atentos a sus pantallas.
Pablo Blanco /ABC. Profesor de la Universidad de Navarra
Alfa y Omega
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