jueves, 16 de febrero de 2017

La pistola que borró los ejercicios de matemáticas


Catalina se alistó en las FARC con 13 años. Huía de su padrastro, que abusaba de ella. Manuel vivía en la calle desde los 8 y a los 15 se alistó en la guerrilla seducido por el poder y las armas. El documental Alto el fuego de Misiones Salesianas cuenta su historia y muestra el trabajo de los salesianos en Medellín, que han recuperado física y emocionalmente a 2.000 niños huidos de las filas de la guerrilla colombiana
Catalina no celebró los famosos 15, no se puso un vestido largo ni tuvo sesión de fotos. Ese cumpleaños lo pasó vestida de camuflaje, pegando tiros y contando el dinero de las vacunas –dinero procedente de las extorsiones que pagaban los amenazados–. Cuatro años después dejó a todos los periodistas boquiabiertos en Madrid cuando, al finalizar la rueda de prensa de presentación del documental Alto el fuego de Misiones Salesianas, se levantó con su bonita chaqueta plateada y afirmó que «ya no es la hora de empuñar un arma, sino de coger un cuaderno, y prepararme para ser el futuro de mi país». A continuación pidió al auditorio que recordase siempre que «la paz sale de dentro, del corazón. Muchos hablan de paz, pero lo hacen solo de boquilla».
Así a priori esta petición puede parecer un lugar común. Pero cuando quien lo dice es una niña que a los 13 años quiso suicidarse porque su padrastro la pegaba con palos ardiendo y quiso violarla; una niña que tenía una madre que encubría al abusador; una niña que se alistó en las FARC y empuñó un arma más grande que ella una semana más tarde, la dimensión de la situación cambia.
Las primeras noches en el bosque Catalina no podía dormir. Luego conoció a un chico. Se hicieron novios. Una noche, durante un bombardeo, él murió protegiéndola. «Aún conservo la cadenita que me dio», recuerda la niña que nunca pudo ser niña. Estuvo tres años alistada en las FARC. En uno de los bombardeos que sufrió su batallón murieron 22 niños. Ella resultó herida: «El brazo se me iba y llegó un momento en que no podía moverlo, estaba llena de sangre». Tardaron cinco días en curarla con inyecciones. «Tenía metralla en el brazo y en la cabeza». Cicatrices, señala risueña, «que ahora servirán para enseñárselas a mis nietos».
«Chino, cuídese»
Manuel tiene 19 años. Acompaña a Catalina en su tour por Europa –ya han pasado por Roma y Bruselas– para dar a conocer el documental y, con él, su historia. A los 8 años se escapó de casa con su hermano, y a los 15 ambos entraron en la guerrilla seducidos por el uniforme, el poder y los fusiles. «Le perdí el miedo a algo tan grande como quitarle la vida a otro. Al final era lo normal».
Todo cambió cuando los guerrilleros mataron a su hermano por incumplir las normas. «Me dejaron despedirme de él. Me abrazó y me dijo: “Chao, Chino, cuídese”. Se lo llevaron del campamento para matarlo. Para mí era como un padre y una madre».Manuel no pudo más y decidió abandonar la guerrilla. Según cifras de la Organización Internacional de las Migraciones, aún quedan en Colombia entre 8.000 y 13.000 niños soldado.
Las difíciles secuelas psicológicas
Cuando cruzan el umbral del Centro de Atención Especializada (CAE) atendido por los salesianos de Ciudad Don Bosco en Medellín los niños llegan con un profundo estrés postraumático. «Viven en el temor constante porque creen que van a ser reconocidos por la guerrilla y asesinados por haber desertado», afirma Rafael Bejarano, salesiano y director del centro. Son adolescentes, con 14 o 16 años, «pero llama la atención cómo los muñecos de peluche son su mejor compañía cuando están enfermos, viendo la televisión o para dormir, lo que demuestra los traumas y las carencias afectivas que han sufrido», añade Bejarano.
Otro de los rasgos de los niños a su llegada es «la férrea disciplina militar con la que llegan. Cuando saben que cometen algún error te buscan con la cabeza agachada y te piden que los castigues. Este es para nosotros uno de los momentos más dolorosos, porque no nos encontramos con seres humanos libres, sino con seres humanos encadenados».
Para restablecer los derechos de estos jóvenes y recuperar su autoestima, los salesianos les ofrecen una pedagogía de la confianza «donde establecemos vínculos de cercanía y reconocimiento mutuo», explica Bejarano. El segundo paso es la pedagogía de la esperanza, «etapa en la que se restauran vínculos afectivos». La tercera parte es la pedagogía de la alianza, donde culminan el proceso de autonomía personal y social. «En esta etapa los adolescentes ya cuentan con las herramientas suficientes para reintegrarse y tienen un mínimo riesgo de reincidencia en el reclutamiento».
La compañía de un sacerdote
Además de estas herramientas, «el acompañamiento de los sacerdotes es crucial para su recuperación», explica Bejarano. Fue el caso de Catalina que, sin ningún tipo de cultura religiosa –venía de hecho influenciada por supersticiones y creencias en espíritus– «tras el estrellón inicial de toparme con lo religioso, hablé con un padre, me preguntó si sentía paz en mi corazón y ahí todo cambió». Ahora, asegura, no es muy practicante, «pero soy creyente y estoy en el proceso de pedir perdón y perdonarme a mí misma». El sacramento de la Reconciliación es crucial «para que los chicos reinicien su propia existencia y tomen un camino que les ayuda a elaborar un proceso de salvación», dice el sacerdote. Catalina se está preparando para ser enfermera y quiere ser abogada y una líder de la paz. Incluso ha vuelto a ver a su madre.
Manuel llegó a la Ciudad Don Bosco «sin creer ni confiar en nadie. Ni siquiera hablaba, era muy cerrado». Pero gracias a los salesianos «participo en los eventos religiosos y he conocido cosas de mi que no sabía que existían. Olvidar algo es condenarte a repetirlo. Quiero superar el pasado y mejorar para un nuevo futuro». Ahora estudia mecánica, vive independiente en un apartamento de alquiler y sueña con ser libre en un país «donde se pueda caminar sin estar rodeado de violencia».
Cristina Sánchez Aguilar
@csanchezaguilar

Alfa y Omega

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