No puedo dejar a mi hermano. Tengo que responder con compromiso y ello me exige dar y darme en la totalidad de lo que soy y lo que tengo
Os cuento lo que este fin de semana he vivido. Me ha dado luz y creo que os puede iluminar y ofrecer un camino realizado por testigos del compromiso con los demás. Lo he vivido con los niños. Ellos, con esfuerzo, en una barriada donde no abunda el dinero, han sido capaces de decirnos con su vida y con sus obras que es cierto lo que el lema de la campaña de este año de Manos Unidas nos expresa: El mundo no necesita más comida. Necesita más gente comprometida. Se pusieron manos a la obra y han sido capaces de movilizar a todos para unir las manos, el corazón y su pensamiento hacia esos 800 millones de seres humanos que padecen hambre, entre los que se encuentran muchos niños como ellos. Así nos demuestran que si somos solidarios, si experimentamos y hacemos ver a todos eso que decimos en el padrenuestro –que somos hermanos y que lo que tenemos en nuestra familia es para todos–, podemos hacer un mundo diferente. ¡Qué bueno es vivir haciendo la voluntad de Dios! ¡Qué grande es el ser humano cuando busca hacer esa voluntad con todo su corazón! ¡Qué hondura tiene la vida cuando la construimos en y desde el Señor, que es donde adquiere firmeza y seguridad para uno mismo y para los demás! ¡Qué belleza la del ser humano cuando le pide a Dios que nos facilite abrir los ojos y contemplar las maravillas que Él quiere hacer a través de nosotros!
Los niños de esta parroquia a la que me refiero, a lo largo del año, han querido hacer un gesto y una obra significativa. Tenían una hucha de cartón en su casa e iban poniendo sus ahorros en la misma, pensando que lo suyo era para otros que estaban peor, pasando hambruna y miseria, y que ellos podían aportar algo. Y ese algo era su compromiso, su solidaridad. Ellos saben que esto es lo que cambia el mundo. Por algo el Señor dijo¬: «Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis». La atención que Él muestra en el Evangelio por los niños tiene su razón de ser. Son los que tienen más limpios los oídos para escuchar y más limpios los ojos para ver las necesidades de los demás. ¡Qué fácil es ver cómo un niño entiende esas palabras de Jesús en las que nos muestra que Él está en cada uno de los que nosotros ayudamos: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis». Gracias por hacernos sentir en lo más profundo del corazón el deseo de revelar y mostrar con obras el amor mismo de Jesús a todos los hombres con un cambio de corazón y con la preocupación por hacer que esta tierra sea una gran familia de hermanos, donde todos nos ayudamos y nadie pase necesidad. 800 millones de seres humanos que padecen hambre pueden desaparecer. Si somos solidarios, pueden comer. Hay en esta tierra riqueza y medios para todos. Hagamos posible esto.
El escándalo del hambre, que padecen tantos millones de personas, no puede dejarnos impasibles. ¡Cómo no sentir la dicha y la necesidad de caminar en la voluntad del Señor que quiere que los hombres vivamos como hermanos! ¡Cómo no guardar sus deseos en el corazón: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado»! ¡Cómo no hacer el bien, viviendo y cumpliendo su Palabra! ¡Cómo no vamos a decirle al Señor desde lo más profundo de nuestro corazón: «Señor ábreme el corazón, los ojos, el pensamiento para que vea las necesidades de mis hermanos»!
El Señor nos hace tres invitaciones:
1. A acoger la sabiduría de Dios. Que nos hace ver cuáles son los mandatos de Dios que más se hunden en la profundidad de nuestro corazón, para cambiarlo. Con la sabiduría de Dios, distinguimos perfectamente la elección que Él desea que hagamos. Tenemos delante de nosotros «muerte y vida». Él nos invita a vivir de su gracia. Es su deseo que demos siempre vida. Solamente lo podemos hacer con esa sabiduría que viene de Dios, que nos revela Jesucristo con su vida entre nosotros y que nos impulsa a cambiar este mundo y las relaciones entre los hombres. Se da ese cambio cuando se transforma el corazón, y nos hace ver que no puedo dejar a mi hermano, que tengo que responder con compromiso y ello me exige dar y darme en la totalidad de lo que soy y de lo que tengo.
2. A vivir desde el horizonte que Dios da a nuestra existencia y que se nos regala en Jesucristo. Nos ha preparado el ser uno en Él. Ser su Cuerpo, que se mueve y conmueve con obras y palabras que son las de Jesucristo. ¡Qué hondura tiene vivir en comunión con el Señor! ¿Puede un ser humano desentenderse de quien está a su lado si dice que su vida es la del mismo Cristo? Por supuesto que no. La relación y la vida de Cristo en nosotros crea tal comunión con el hermano que no puede permanecer impasible ante quien no tiene lo necesario para vivir con la dignidad que Dios mismo le reconoce, al «ser su imagen».
3. A escuchar siempre a Dios y a vivir según lo que somos, «imagen de Dios». Como tal acogemos el deseo del Señor: «Habéis oído que se dijo, pero yo os digo». ¡Qué novedad nos trae Jesucristo! Creo que se puede resumir en estas realidades:
a) Cambio de las relaciones entre los hombres, pues «se dijo no matarás, yo os digo mucho más, ni siquiera tener cólera e insultos»: matamos cuando no reconocemos en quienes nos encontramos la imagen de Dios, cuando dejamos que se estropeen esas imágenes por falta de los medios necesarios para subsistir o por otros motivos. Regalemos esa imagen que somos: regalad vida, entrega, esperanza, ilusión, verdad, fortaleza, generosidad. Ofreceos para ser puentes, distanciaos de ser muros. Sed mediadores para que todos los hombres puedan desvivirse por los demás sin imposiciones ni proposiciones que nada tienen que ver con construir una vida digna.
b) Regalemos siempre perdón. Esto debe ser tu ofrenda y tu pasión: vivir la reconciliación con el hermano. La ofrenda que debes hacer es tu vida entera a tu hermano. Antes él que tú.
c) Construyamos la cultura del encuentro que se inicia desde el mismo momento de la Encarnación. Hemos sido creados para encontrarnos y, por ello, para ocuparnos y preocuparnos por los demás.
d) Necesidad de hacer un trasplante de los ojos, el corazón y el pensamiento: hemos de aprender y pedir como regalo la mirada de Jesucristo que es ternura, compasión, misericordia. Que nunca nos adueñemos de lo que no nos pertenece. Que nunca sean los impulsos instintivos los que muevan nuestra vida, pues destruyen las relaciones. Devolvamos la dignidad de las personas, algo que se consigue cuando amamos sin reservas y no convertimos al otro en un objeto. No nos dejemos contaminar por la mentira, la ambigüedad de las palabras, el doble sentido y la falsedad.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid
Alfa y Omega
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