Somos cómplices y víctimas de un sistema desalmado que genera graves injusticias, desigualdades y mucha alienación personal
La parábola del hombre rico y el pobre Lázaro centra el mensaje del Papa para la Cuaresma de este año. El primero –dice Francisco– representa «la «opulencia», el «lujo exagerado», pero también a la persona incapaz de ver las necesidades del otro. ¿Un rico desalmado? Nos convendría no juzgar muy severamente. El domingo se celebra la Jornada de Manos Unidas, que recuerda que 800 millones de personas pasan hambre en el mundo, mientras en España un tercio de los alimentos termina en el cubo de la basura. La analogía es demasiado hiriente.
Sabemos –nos lo recuerda, si no, Manos Unidas– que el planeta puede abastecer a toda la humanidad. Que el problema está en los sistemas de producción y comercialización de los alimentos, convertidos en un producto con el que los mercados especulan a costa de la vida de muchos. Entramos así en una dimensión global que a un ciudadano español de a pie tal vez le venga muy grande. Pero Manos Unidas nos dice también que cada uno de nosotros es parte de ese engranaje; cómplices, por tanto, aunque también víctimas de un sistema desalmado (una «economía que mata», dice el Papa) que genera graves injusticias y desigualdades, y dosis nada desdeñables de alienación personal.
La Cuaresma –escribe Francisco– es «una fuerte llamada a la conversión», a volver los ojos a Dios y a abrir «nuestro corazón al otro». Esa conversión tiene una dimensión social. Adoptar estilos de vida más sobrios se ha convertido en una de las primeras formas de solidaridad, porque la voracidad en el norte alimenta terribles formas de explotación en el sur. Pero el Papa ha aludido también a la necesidad de compromiso político. Al dirigirse el sábado a representantes de empresas focolares de Economía de Comunión, les advirtió de que «un empresario que es solamente un buen samaritano cumple solo la mitad de su deber: cura a las víctimas de hoy, pero no reduce las de mañana». Es necesario además implicarse para cambiar unas reglas del juego injustas, aunque ahora podamos pensar que el reto nos viene muy grande.
Alfa y Omega
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