El 11 de febrero de 1858, la joven Bernardita Soubirous acudió, como era su costumbre, junto a una de sus hermanas y a una amiga a recoger leña en los alrededores del río Gave, en Lourdes, pequeño municipio situado al pie de los Pirineos. De repente, un ruido atronador procedente del hueco de una roca rompió el silencio. Bernardita se dio la vuelta y ve a una joven mujer, de rostro angelical, vestida de blanco y ceñida de un lazo azul. Fue la primera aparición, a la que seguirían diecisiete más.
En la que tuvo lugar el 25 de marzo, día de la Anunciación, Bernardita pregunta a la señora de blanco: «¿Quién es usted?» «Soy la Inmaculada Concepción». Un dogma que había sido definido cuatro años antes; Bernardita, analfabeta, ni se había enterado. Pero esta vez, entendió.
En enero de 1862, casi cuatro años después de las apariciones, la Iglesia convalidó su testimonio. «Juzgamos que la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, se apareció realmente a Bernardita Soubirous, el 11 de febrero de 1858 y días siguientes en la gruta de Massabielle cerca de la ciudad de Lourdes, en número de dieciocho veces; que tal aparición reviste todas las apariencias de la verdad y que los fieles han de creerla como cierta», escribía el obispo de Tarbes, monseñor Laurence, en una carta pastoral.
A día de hoy, Lourdes es el principal santuario mariano del mundo, no solo lugar de peregrinación: también lo es de penitencia y decuración de enfermos.
J.M. Ballester Esquivias (@jmbe12)
Alfa y Omega
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