lunes, 23 de enero de 2017

COMENTARIO DE SAN JUAN PABLO II AL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (3,22-30)





Los evangelios sinópticos recogen otra afirmación de Jesús, en sus instrucciones a los discípulos, que no puede dejar de impresionarnos. Se refiere a la “blasfemia contra el Espíritu Santo”. Dice: “A todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará” (Lc 12, 10; cf. Mt 12, 32; Mc 3, 29). 

“La ‘blasfemia’ de la que se trata no consiste en el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo; consiste, por el contrario, en el rechazo a aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de la cruz... 

Si Jesús afirma que la blasfemia contra el Espíritu Santo no puede ser perdonada ni en esta vida ni en la futura, es porque a esta ‘no remisión’ está unida como causa suya la ‘no penitencia’ es decir, al rechazo radical del convertirse... 

Ahora bien, la blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado cometido por el hombre que reivindica un pretendido ‘derecho’ a perseverar en el mal ―en cualquier pecado― y rechaza así la redención... 

Ese pecado no permite al hombre salir de su autoprisión y abrirse a las fuentes divinas de la purificación de las conciencias y remisión de los pecados. 

Se trata de una actitud exactamente opuesta a la condición de docilidad y de comunión con el Padre en la que vive Jesús, tanto en su oración como en sus obras, y que Él enseña y recomienda al hombre como actitud interior y como principio de acción.

En el conjunto de la predicación y de la acción de Jesucristo, que brota de su unión con el Espíritu Santo-Amor, se contiene una inmensa riqueza del corazón: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11, 29). 

Pero está presente, al mismo tiempo, toda la firmeza de la verdad sobre el reino de Dios y, por consiguiente, la insistente invitación divina a abrir el corazón, bajo la acción del Espíritu Santo, para ser admitido en él y no ser excluidos.

En todo ello se revela el “poder del Espíritu Santo”; es más, se manifiesta el Espíritu Santo mismo con su presencia y su acción de Paráclito, que conforta y auxilia al hombre, y le confirma en la verdad divina, derrotando al “señor de este mundo”.

(De la catequesis de san Juan Pablo II el 25 de julio de 1990. Para profundizar en el tema del pecado de blasfemia contra el Espíritu Santo, se puede consultar también su catequesis de la Audiencia general del 19-09-1990; y la Carta encíclica ‘Dominum et vivificantem’, n. 46, http://w2.vatican.va/.../hf_jp-ii_enc_18051986_dominum-et...).

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