domingo, 15 de enero de 2017

«Lo he visto y he dado testimonio»


Aunque con la fiesta del Bautismo del Señor se concluye el tiempo de Navidad, las lecturas del domingo II del tiempo ordinario están todavía relacionadas con la presentación-aparición de Cristo ante los hombres. En este sentido, la Epifanía, que significa manifestación, se prolonga con el Bautismo del Señor y con las primeras apariciones de la vida pública del Salvador. Solo así se comprende la llamativa cercanía entre las ideas centrales abordadas en el Evangelio del domingo pasado y las del pasaje de hoy. Una vez más, esta aparente repetición en la temática elegida pretende que profundicemos sobre la identidad, procedencia y misión de Jesucristo, conforme se nos ha transmitido por el evangelista Juan. Si en el día del Bautismo del Señor, Mateo describía el acontecimiento, hoy nos detenemos en el significado profundo de este hecho.
La importancia de los testigos
Llama la atención que por dos veces aparezca la palabra testimonio en el fragmento que tenemos ante nosotros. La primera, en boca del Evangelista, cuando dice: «Y Juan [Bautista] dio testimonio diciendo»; la segunda, en boca del Bautista, constatando que «yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios». Si nos fijamos, la manera que Dios ha elegido para revelarse no se circunscribe únicamente a los gestos y a las palabras de su Hijo, aun cuando se trate de acontecimientos inauditos o milagrosos. Todo ello habría caído en el olvido pocos años después de la muerte y resurrección del Señor, de no ser porque ha habido quien nos lo ha transmitido. En consonancia con este método, la elección de las lecturas de las celebraciones litúrgicas de los últimos domingos realza, al menos de dos maneras, la función indispensable de los testigos ante lo que sucede. En primer lugar, se asigna un papel relevante y activo a las personas ante las que Jesús se manifiesta: los pastores, los Magos o Juan Bautista y sus discípulos. En efecto, la presencia en la carne de Dios entre los hombres se realiza ante individuos concretos, asentados en un lugar y en un momento histórico determinado. No estamos ante un relato mitológico, sino ante una realidad visible y palpable por todos los allí presentes. En segundo lugar, los relatos del evangelista Juan han ocupado un puesto central durante estos días. Él se erige como testigo privilegiado de la salvación de Dios llevada a cabo por Jesucristo.
«Este es el Cordero de Dios»
Ahora bien, ¿cuál es el contenido fundamental de la manifestación que hoy tiene lugar? Nos lo refiere el Evangelista, en boca de Juan Bautista, al principio y al final del pasaje. A través de dos declaraciones, el fragmento se focaliza en la identidad y la misión de Jesús: «este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» y «este es el hijo de Dios». Todo israelita que oía hablar del cordero, pensaba de inmediato en la víctima del sacrificio. Ya en el libro del Génesis, cuando Abrahán se dispone a sacrificar a su hijo, se hace notar que faltaba el cordero para el sacrificio. La muerte de Cristo en la cruz hizo comprender que el verdadero cordero no consistía ya en un animal, sino en el propio Hijo de Dios. La referencia a Cristo como Cordero se ha arraigado de tal manera en la fe cristiana, que la liturgia contempla que los fieles nos dirijamos durante la misa varias veces a Cristo aclamándolo como cordero, destacando la letanía Agnus Dei durante la fracción del pan. Por otra parte, se enuncia la misión del Señor, al afirmar «que quita el pecado del mundo». Con ello se incide en el deseo de Dios de que «mi salvación alcance hasta el confín de la tierra», tal y como leemos en la primera lectura de hoy, tomada del libro de Isaías.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

Alfa y Omega

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