Según el último registro de Menores Extranjeros No Acompañados (con fecha de 2015) en España hay más de 3.000 menores extranjeros solos. La inmensa mayoría, 2.917, son marroquíes y su primera parada es la ciudad de Melilla, donde el centro público está saturado e incluso carga con denuncias por malos tratos. Los menores acaban viviendo en la calle y delinquen porque no tienen nada para comer
Melilla es la primera ciudad de acogida de la mayoría de los menores inmigrantes no acompañados (MENAS) que llegan a España –los niños que llegan de Marruecos son el grupo más numeroso, sumando cerca de 2.900). Solo en La Purísima, el centro de tutela de titularidad pública de la ciudad melillense, hay 340 niños viviendo, pese a que el centro tiene capacidad para 140. «El centro es un descontrol administrativo y formativo», afirman desde la ONG Prodein. Además se conocen casos de malos tratos a los chicos. «Yo misma he denunciado a algunos educadores por agresiones, y también por chantajear a los médicos forenses para falsear la edad de los niños y hacerlos pasar por mayores de edad para no tener que tutelarlos», señalaba Rosa García, activista de Prodein, hace unos meses a Alfa y Omega.
Aunque según la ONG la tutela en La Purísima no garantiza mucho: «El derecho a permanecer en el centro, con una comida de calidad bajísima y una cama o colchón en el suelo». Poco más. La excusa es la masificación, pero según Rosa García, «hasta en lo más básico se está errando. Por ley, a los nueve meses de llegar a España un menor tiene derecho a la residencia. Pero yo conozco casos de chavales que llevan dos años o más en el centro y nadie les ha informado de que tienen que ir a huellar a la Policía». Los que sí han huellado tienen que renovar la tarjeta de residencia, «pero nadie les explica cómo y cuándo. No hay seguimiento». Si no lo hay para los menores, mucho menos para los que cumplen 18 años, «que se quedan en la calle, totalmente desamparados por la ley».
Ante este panorama, muchos niños prefieren buscarse las castañas solos. Saben que el centro no es garantía de tarjeta de residencia, y ante las agresiones, mejor dormir tranquilos. Aunque sea entre fríos y peligros. «Ahora mismo debe de haber unos 80 menores en las calles de Melilla. Algunos tienen 8 años», señala la activista de Prodein. Sobrevivir en la calle no es fácil, así que «trapichean, roban… porque no tienen nada que comer. Y huyen constantemente de las Fuerzas de Seguridad», con las que a veces hay conflicto.
Solo en un par de meses tres niños murieron en la ciudad. Uno se cayó por el acantilado, lugar donde van a dormir por la noche los menores, jugándose la vida. Otro murió en el agua, intentando llegar desde Nador. El último falleció esta Navidad, ahogado por el frío y los efectos de esnifar pegamento.
Mercedarios en Madrid
El programa La Merced Casas de Refugiados e Inmigrantes Menores y Jóvenes no acompañados surgió, en 1987, como una respuesta inmediata a las necesidades de los menores y jóvenes que llegan a España sin la protección de un adulto responsable de su tutela. Para lograrlo, cuentan, en Madrid, con la Casa Madre, donde reciben a los chicos menores como primera acogida, y cuatro pisos tute- lados para jóvenes que ya han cumplido los 18 años.
En la Casa Madre conviven religiosos con una decena chicos de diversas nacionalidades, junto con el equipo de educadores y trabajadores sociales. Explica el padre Luis Callejas, director del programa, que su misión «es dar una respuesta ante las nuevas esclavitudes que aparecen. Nos sentimos como profetas que lanzamos un aviso a la sociedad, para denunciar las injusticias que sufren los menores no acompañados en España. La voz de esta gente que no tiene voz. No se les escucha. Mientras son menores, se les protege, pero, al cumplir los 18, dejan de existir».
El trabajo que hacen con los más de 500 chavales que han pasado por las casas, en los últimos 23 años, no es otro que recomponer sus vidas maltratadas: a las carencias familiares y afectivas se unen problemas de idioma, integración social, incertidumbre ante el futuro, procesos inciertos de regularización y la inestabilidad personal propia de la adolescencia. Funcionan como su familia provisional y, en muchos casos, son el lugar de referencia permanente en España, aunque ya no vivan allí: «Lo más importante que aprenden es a convivir: compartimos mesa y creencias; funcionamos como una gran familia», concluye el padre Luis.
Cristina Sánchez Aguilar
Alfa y Omega
No hay comentarios:
Publicar un comentario