Si existiera un «documento de identidad» para los cristianos, ciertamente la libertad sería un rasgo característico. La libertad de los hijos de Dios es el fruto de la reconciliación con el Padre obrada por Jesús, quien asumió sobre sí los pecados de todos los hombres y redimió el mundo con su muerte en la cruz. Nadie nos puede privar de esta identidad.
La reflexión del Santo Padre se basó en el pasaje del Evangelio de Mateo (9, 1-8) que narra el milagro de la curación del paralítico. El Papa se detuvo en los sentimientos experimentados por el hombre inválido cuando, transportado en una camilla, escuchó a Jesús que le decía: «ánimo hijo, tus pecados te son perdonados».
Los que estaban cerca de Jesús y escucharon sus palabras «dijeron: “Éste blasfemia, sólo Dios puede perdonar los pecados”. Y Jesús para hacerles comprender bien les preguntó: “¿Qué es más fácil perdonar los pecados o curar? Y lo curó».
«Pero Jesús cuando curaba a un enfermo no era sólo alguien que curaba. Cuando enseñaba a la gente, pensemos en las Bienaventuranzas, no era sólo un catequista, un predicador de moral... No, estas cosas que hacía Jesús —la curación, la enseñanza— eran sólo un signo, un signo de algo más que Jesús estaba haciendo: perdonar los pecados».
Reconciliar el mundo en Cristo en nombre del Padre: «ésta es la misión de Jesús», y todo lo demás son sólo signos del «milagro más profundo que es la re-creación del mundo». La reconciliación es, por lo tanto, la re-creación del mundo; y la misión más profunda de Jesús es la redención de todos nosotros, pecadores. Y «Jesús no hace esto con palabras, no lo hace con gestos... ¡No! Lo hace con su carne». Él tomó sobre sí todo el pecado. «Esta es la nueva creación», es «Jesús que desciende de la gloria y se abaja hasta la muerte y muerte de cruz. Esa es su gloria y esta es nuestra salvación».
«Este es el gran milagro de Jesús. A nosotros, esclavos del pecado, nos hizo libres», nos curó. «Nos hará bien pensar en esto. Jesús nos abrió las puertas de casa, nosotros ahora estamos en casa. Ahora se comprende esta palabra de Jesús: “ánimo hijo, tus pecados están perdonados”. Esa es la raíz de nuestra valentía: soy libre, soy hijo, el Padre me ama y yo amo al Padre. Pidamos al Señor la gracia de comprender bien esta obra suya».
Fuente: L’Osservatore Romano 12 de julio de 2013
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