lunes, 5 de diciembre de 2016

El Reino de Dios está próximo y ya podemos experimentar su potencia espiritual, afirmó el Papa en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este segundo domingo de Adviento resuena la invitación de Juan el Bautista: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3,2). Con estas mismas palabras Jesús dará inicio a su misión en Galilea (cf. Mt 4,17); y este también será el anuncio que llevarán los discípulos en su primera experiencia misionera (cf. Mt 10,7). De este modo el evangelista Mateo quiere presentar a Juan como aquel que prepara el camino al Cristo que viene, y los discípulos como los continuadores de la predicación de Jesús. Se trata del mismo anuncio gozoso: viene el reino de Dios, es más, está cercano, está en medio de nosotros, esta palabra es muy importante: el reino de Dios está en medio de ustedes, dice Jesús. Y Juan anuncia esto que Jesús luego dirá: el reino de Dios ha venido, ha llegado, está en medio de ustedes. Este es el mensaje central de toda misión cristiana. Cuando un misionero, un cristiano va a anunciar a Jesús, no va a hacer proselitismo como si fuese un aficionado que busca para su equipo, más seguidores, no. Va simplemente a anunciar "el reino de Dios está en medio de ustedes". Y así el misionero prepara el camino a Jesús que encuentra a su pueblo. 
Pero, ¿qué es este reino de Dios, de los cielos? Son sinónimos. Nosotros pensamos inmediatamente en algo que tiene que ver con el más allá: la vida eterna. Cierto, esto es verdad, el reino de Dios se extenderá indefinidamente más allá de la vida terrena, pero la buena noticia que Jesús nos trae - y que Juan anticipa - es que no debemos esperar el reino de Dios en el futuro: se ha acercado, de alguna manera ya está presente y podemos experimentar desde ahora su potencia espiritual. El reino de Dios está en medio de ustedes, dirá Jesús. Dios viene a establecer su señorío en nuestra historia, en el hoy de cada día, en nuestra vida; y allí donde sea aceptado con fe y humildad, germinan el amor, la alegría y la paz. 
La condición para entrar y ser parte de este reino es hacer un cambio en nuestra vida, es decir, convertirnos. Convertirnos cada día, un paso adelante cada día. Es dejar los caminos cómodos pero engañosos, de los ídolos de este mundo: el éxito a toda costa, el poder a expensas de los débiles, la sed de riquezas, el placer a cualquier precio. Y abrir, en cambio, el camino al Señor que viene, Él no quita nuestra libertad, sino que nos dona la verdadera felicidad. Con el nacimiento de Jesús en Belén, es el mismo Dios quien ha venido a habitar entre nosotros, para liberarnos del egoísmo, del pecado y de la corrupción, y de estas actitudes, que son del diablo: buscar el éxito a toda costa, buscar el poder a expensas de los débiles, tener la sed de riquezas y buscar el placer a cualquier precio.
La Navidad es un día de gran alegría, también exterior, pero es sobre todo un evento religioso para el cual se necesita una preparación espiritual. En este tiempo de Adviento, dejémonos guiar por la exhortación de Juan el Bautista: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos», nos dice. (v. 3). Nosotros preparamos el camino del Señor y allanamos sus senderos, cuando examinamos nuestra conciencia, cuando escrutamos nuestras actitudes, para sacar de nosotros estas actitudes pecaminosas que he mencionado, que no son de Dios: el éxito a toda costa, buscar el poder a expensas de los débiles, tener la sed de riquezas y buscar el placer a cualquier precio
Que la Virgen María nos ayude a preparar el encuentro con este Amor-siempre-más-grande que es el que trae Jesús y que en la víspera de Navidad se hizo pequeño, pequeño como una semilla caída en la tierra. Es Jesús esta semilla, la semilla del Reino de Dios. (Traducción del italiano: Griselda Mutual)

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