En su mensaje navideño a la Curia, el Papa indicó el rumbo de la reforma vaticana. Advirtió contra las «resistencias malévolas», las «palabras vacías del gatopardismo espiritual», instó a acabar con la añeja práctica del promoveatur ut amoveatur (una expresión para quitarse de en medio a alguien), definido como un cáncer, y pidió más espacio para las mujeres en las estructuras de gobierno en la Iglesia
La reforma de la Curia romana “no es maquillaje”. No se trata de una cirugía plástica “lifting” para esconder las arrugas. Porque en la Iglesia no se deben temer las arrugas, sino “las manchas”. Palabras del Papa en el mensaje anual a sus principales colaboradores de la Santa Sede. Un largo e incisivo discurso, en el cual constató que su impulso reformador ha encontrado dificultades. “Resistencias malévolas”, que “germinan en mentes distorsionadas”, refugiándose en “palabras justificadoras”, “en las tradiciones” y “en las formalidades”. Ante ello, Francisco instó a una renovación profunda, un cambio de mentalidad, una conversión espiritual.
Cada año, el mensaje navideño a la Curia suele ser muy esperado. Es la oportunidad para el Papa de trazar un balance e indicar el rumbo. Así fue en 2014 y 2015. Así fue en esta ocasión. Estos mensajes forman ya una trilogía única. En 2014 Jorge Mario Bergoglio habló de las “enfermedades de la Curia”, el año pasado de las virtudes necesarias para los eclesiásticos. En este 2016 optó por presentar una serie de criterios sobre la reforma, un frente aún abierto.
Pero su reflexión partió desde la Navidad, la fiesta de la “humildad amante de Dios”. Un Dios que trastoca el orden lógico de lo “descontado” y lo “debido”, lo “dialéctico y matemático”. Es la lógica de la Navidad –siguió-, que trastoca la lógica mundana, la lógica del poder, del comando, la lógica farisea, causalística y determinista.
Recordando el mensaje navideño de Pablo VI en 1971 sostuvo: “Dios habría podido venir vestido de gloria, de esplendor, de luz, de potencia a darnos miedo, a hacernos saltar los ojos de las maravillas. ¡No, no! Vino como el más pequeño de los seres, el más frágil, el más débil. ¿Por qué? Para que ninguno tenga vergüenza de acercarse a él, para que ninguno tenga temor, para que todos lo puedan tener cercano”.
El significado de la reforma
Francisco explicó que la reforma busca hacer a la Curia más “con-forme a los signos de nuestro tiempo, para salir al encuentro de las necesidades de los hombres y mujeres que estamos llamados a servir” y más “con-forme a su fin”, que no es otro sino “colaborar en el ministerio del sucesor de Pedro” y “sostener al romano pontífice en el ejercicio de su potestad singular, ordinaria, plena, suprema, inmediata y universal”. Entre las numerosas notas al pie de página, más de una reforzó este último pasaje, dejando en claro que la Curia existe como ayuda del Papa y no por otra cosa.
“Es necesario sostener con fuerza que la reforma no es un fin en si mismo, sino un proceso de crecimiento y de conversión. La reforma no tiene un fin estético, como si se quisiera poner más bella a la Curia; ni puede ser entendida como una suerte de lifting, un maquillaje para embellecer el anciano cuerpo curial y, ni siquiera, como una operación de cirugía plástica para quitar las arrugas. Queridos hermanos, no son las arrugas que en la Iglesia se deben temer, ¡sino las manchas!”, indicó.
“La reforma será eficaz sólo y únicamente si se pone en práctica con hombres renovados y no simplemente con hombres ‘nuevos’. No basta con acontentarse de cambiar al personal, sino que se requiere llevar a los miembros de la Curia a renovarse espiritualmente, humanamente y profesionalmente. La reforma de la Curia no se ejecuta con el cambio de las personas –que sin duda se da y se dará- sino con la conversión en las personas. En realidad no basta una formación permanente, se requiere también y sobre todo, una conversión y una purificación permanente. Sin un cambio de mentalidad, el esfuerzo funcional resultaría vano”, agregó.
Las “saludables” resistencias
Más adelante, Bergoglio consideró “normal” y hasta “saludable” que surjan dificultades en un proceso de reforma. Mencionó tres tipos de “resistencias”: unas “abiertas”, que nacen de la buena voluntad y del diálogo sincero; otras “escondidas”, que nacen de los “corazones atemorizados y petrificados” que se alimentan de las “palabras vacías del gatopardismo espiritual”; y las restantes, “resistencias malévolas”, que germinan en “mentes distorsionadas y se presentan cuando el demonio inspira intenciones malas”.
“Este último tipo de resistencia se esconde detrás de las palabras justificadoras y, en tantos casos, acusatorias, refugiándose en las tradiciones, en las apariencias, en las formalidades, en lo conocido, o quizás en el querer llevar todo al plano personal sin distinguir entre el acto, el actor y la acción”, completó.
Pero lejos de estigmatizar las reacciones, afirmó que todas las resistencias -incluso las menos buenas- son necesarias, “merecen ser escuchadas y animadas a expresarse”. Porque la falta de reacción “¡es un signo de muerte!”. Es más, sostuvo que las reacciones demuestran lo delicado del proceso de reforma, que debe ser vivido con “fidelidad a lo esencial”, “valentía evangélica”, “sabiduría eclesial”, con escucha atenta, tenaz acción, firmes decisiones, pasos concretos hacia adelante y –cuando resulte necesario- “también pasos atrás”, con “incondicionada obediencia”, con responsable potestad, con “mucha oración” y “profunda humildad”.
Criterios guía de la reforma
Entonces, el Papa enumeró una lista de 12 criterios que deben guiar la reforma. Algunos de actitud personal, otros de carácter organizacional. Ante todo la individualidad, la “conversión personal” sin la cual serán inútiles todos los cambios de estructura. Luego la pastoralidad, una “espiritualidad de servicio común” que servirá de antídoto “a todos los venenos de vana ambición y de ilusoria rivalidad”. Y la misionariedad, para llevar el mensaje cristiano “a todos los confines de la tierra”, superando las estructuras eclesiales que lo impidan.
Puso el acento en la racionalidad, con la cual optó por reducir el número de oficinas de la Curia y pidió respetar las competencias de cada una de ellas, para que ninguna se atribuya funciones ajenas. Habló de funcionalidad, que exige la “revisión continua de los roles, competencias y responsabilidades del personal”; de modernidad, para que las estructuras se adecúen a las “necesidades de los tiempos”; de sobriedad, que obliga a una simplificación de la Curia, considerando incluso la supresión de oficinas y organismos; de subsidiariedad, para una mejor coordinación y colaboración entre todos los entes de la Curia.
Más laicos y más mujeres en la Curia
Continuó el elenco recomendando la sinodalidad, con reuniones más fructíferas entre los diversos sectores vaticanos. Urgió más catolicidad, deseando la contratación en las oficinas de la Curia de personal proveniente de todo el mundo. “Es oportuno prever el acceso a un número mayor de fieles laicos, especialmente en aquellos dicasterios donde pueden ser más competentes de los clérigos o de los consagrados. De gran importante es, además, la valorización del rol de la mujer y de los laicos en la vida de la Iglesia y su integración en roles de guía de los dicasterios, con una particular atención a la multiculturalidad”, abundó.
Consideró indispensable una mayor profesionalidad, impulsando una política de formación permanente del personal para evitar caer en la rutina del funcionalismo. Al mismo tiempo calificó de «indispensable» la «archivación definitiva» de la añeja práctica eclesiástica del «promoveatur ut amoveatur», una regla no escrita por la cual, para quitar a un funcionario de un puesto se necesita enviarlo a otro de similar o mayor importancia. Saliéndose del discurso preparado exclamó: «¡Este es un cáncer!». Culminó la lista con la gradualidad: el «fruto del discernimiento proprio de un proceso histórico», que exige etapas, correcciones y experimentaciones. Flexibilidad necesaria y no indecisión.
Un resumen de la reforma
El Papa quiso dejar constancia del camino recorrido. Por eso leyó un completo resumen de los pasos cumplidos en la reforma. Desde el establecimiento del Consejo de los nueve cardenales en 2013 hasta la creación de los nuevos dicasterios, de Desarrollo Humano Integral y de Laicos, Familia y Vida, en 2016. Pasando por las comisiones sobre el Instiuto para las Obras de Religión (“banco vaticano”) y sobre las estructuras económico-administrativas, la institución del Consejo y la Secretaría de Economía; la Secretaría para la Comunicación y la Comisión para la Tutela de los Menores.
Para concluir su mensaje, Francisco eligió las palabras del monje Matta el Meskin, quien se dirigió –en uno de sus escritos- a Jesús nacido en Belén. “Dónanos el no creernos grandes en nuestras experiencias. Dónanos, al contrario, de volvernos pequeños como tu para que podamos estarte cercanos y recibir de ti la humildad y la mansedumbre en abundancia… Hay una competencia despiadada entre los gobiernos, entre las Iglesias, entre los pueblos, al interior de las familias, entre una parroquia y otra: ¿Quién es el más grande entre nosotros? Nosotros y el mundo todo no encontraremos ni salvación, ni paz, si no volvemos a encontrarte, de nuevo, en el pesebre de Belén”.
El regalo
Al final, fuera del texto escrito, el Papa recordó que cuando se refirió a las «enfermedades» de la Curia, un cardenal le preguntó si tenía que ir a confesarse o a la farmacia. «A las dos, le dije», replicó sonriendo. Y luego señaló que el cardenal Walter Brandmüller le habló de Claudio Acquaviva, el tercer superior de la Compañía de Jesús, quien escribió un libro que él mismo, de novicio, leía en latín. Un texto sobre el cuidado de las enfermedades del alma. Entonces anunció su deseo de regalar a todos los presentes una copia de una edición reciente, del sacerdote Giuliano Raffo, titulada: «Sagacidad para cuidar las enfermedades del alma».
Andrés Beltramo/Vatican Insider
Alfa y Omega
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