Myriam y Catia tienen 12 años y están sufriendo la guerra en Alepo. «Cuando dejamos nuestra casa por la guerra, los maristas nos acogieron», cuenta la primera
Para Myriam, de 12 años, el centro de los maristas en Alepo «es como mi segundo hogar». Va desde los 3 años, y conoce a todos los hermanos, animadores y catequistas. «Ahora formo parte de su grupo scout, el Champagnat, y también participo en un programa educativo para adolescentes». Además, estudia 1º de Secundaria en un colegio. «Muchos años he sido la primera de la clase. Sueño con ser una cantante mundialmente famosa».
Antes, esta niña y su familia vivían en un barrio de Alepo que se llama Jabal al Saydeh, que significa «el monte de Nuestra Señora» –en honor a la Virgen María–. «Íbamos los domingos a la parroquia», y su madre y ella participaban en el coro. Pero, en 2011, empezó la guerra. «El Sábado Santo de 2013 los terroristas entraron en nuestro barrio y nosotros dejamos nuestra casa. Los maristas nos acogieron en la suya, junto con otras 30 familias». Eso hizo que, a pesar de todo, «sintiéramos mucha seguridad».
También está segura con sus padres: «Cuando empiezan los bombardeos, me agarro a ellos porque siento que nos van a proteger. Tres primos míos murieron en los combates. No quiero que nadie más de mi familia sufra daños. Le pido a Jesús que proteja a mi familia; y aprender bien las lecciones» en el colegio.
Catia, otra niña de su edad que también participa en las actividades del centro de los maristas, también teme por su familia. «Tengo dos hermanos que están en el servicio militar en las zonas de combate». Al hacerse mayores han tenido que entrar en el Ejército. «Pienso en ellos todo el rato», dice ella. Sin embargo, «siento que Dios me quiere mucho, que está cerca de mí y protege a mi familia».
«La paz es posible»
Myriam y su familia ya no viven en el centro de los maristas. Sus padres trabajan, y por eso ella y su hermana, Joelle, ayudan en casa, «sobre todo cuando hay que subir el agua. Gracias a Dios, los maristas nos dan cada semana 500 litros de agua». Es un bien muy escaso desde que los bombardeos acabaron con las estaciones de bombeo. «Vivimos en un 5º piso y hay que llevar bidones de diez o 15 litros para llenar el depósito que tenemos».
A Myriam le da miedo que, «cuando termine esta guerra, empiece otra nueva». Por eso, pide a todos los niños de España: «Rezad a Dios para que esta guerra se acabe» para siempre. Y añade: «Quiero dejaros un hueco en mi vida y en mi corazón».
Catia es más optimista. Piensa que «la paz es posible», y tiene la esperanza de que llegue pronto. ¡Basta de sufrimiento y de muerte!», dice. Y nos cuenta que, cuando va a catequesis a su parroquia, «nos hablan de la misericordia. Nos enseñan que tenemos que perdonar y no hacer daño a los demás». Por eso, en vez de pedir a los lectores del Pequealfaalgo para sí misma, lo que espera de vosotros es que «os améis como Jesús nos amó».
María Martínez López
Alfa Y Omega
No hay comentarios:
Publicar un comentario