lunes, 15 de agosto de 2016

Osoro en la Virgen de la Paloma: "Como María, seamos instrumentos de su misericordia, de su amor incondicional a todos"

El arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, ha presidido este lunes, 15 de agosto, por la mañana la solemne Misa en honor a la Virgen de la Paloma en la parroquia Virgen de la Paloma y San Pedro el Real. En un templo abarrotado, en el que también estaban autoridades del Ayuntamiento y la Comunidad, así como miembros de las distintas congregaciones, cofradías, asociaciones y hermandades de la diócesis.
El prelado ha invitado a contemplar el cuadro recuperado por Isabel Tintero: «La Virgen con las manos unidas sosteniendo un rosario: un arma, la cruz; unas manos unidas que la llevan, y llaman a unir y difundir la fraternidad y la comunión entre los hombres; una corona llena de cuentas, somos todos los hombres unidos, tú y yo estamos en esa corona. ¿Os atrevéis acompañados por la Virgen a realizar el proyecto?».
Texto completo de la homilía de Don Carlos Osoro
Queridos hermanos y hermanas, que es el título más grande dado por Dios mismo a todos los hombres, como consecuencia de ser hijos suyos. Hoy, un año más nos reunimos aquí todos, también quienes seguís la celebración por la TV. Con un gozo inmenso, os acercáis a este santuario de la Virgen de la Paloma. Honrar, contemplar y escuchar a esta Buena Madre que Dios mismo nos dio, y que el pueblo de Madrid supo acoger con este título entrañable de Virgen de la Paloma es una gracia y una bendición.
Además, fue una mujer de este pueblo de Madrid, Andrea Isabel Tintero, quien adquirió esta pintura e invitó a visitar y a vivir esta devoción en su propio domicilio; donando el lienzo a la Iglesia en 1777. Son muy numerosos los pintores que se han hecho eco de esta devoción, destaca la pintura de Goya en el hermoso cuadro Procesión de disciplinantes. Pero especialmente se hizo eco de esta devoción el pueblo de Madrid, desde hace casi dos siglos y medio, nuestros antepasados y hoy vosotros, año tras año venís a honrar a nuestra Madre en esta advocación de la Virgen de la Paloma.
Hemos escuchado la Palabra de Dios. En ella, el Señor nos habla como lo hace siempre, muy directamente al corazón, y nos hace descubrir que es cierto que «se abrió en el cielo el santuario de Dios y en su santuario apareció el Arca de la Alianza» (Ap 11, 19a). En esa Arca que alude a la Virgen María, pues Ella es «la nueva Arca de la Alianza», ha venido a este mundo Dios, quien «resucitó de entre los muertos», y que «por Cristo todos volverán a la vida».
San Pablo nos propone con un imperativo una tarea: «Cristo tiene que reinar» (cfr. 1 Cor 15, 20-27a). Y María nos enseña cómo hacer posible el dar a conocer a todos los hombres a Jesucristo: 1) «se puso en camino»; 2) «entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel»; 3) y provocó en aquel encuentro que se experimentase la acción y la cercanía de Dios: «saltó la criatura en su vientre». Un niño aún no nacido, que todavía estaba en el vientre de la madre, Juan Bautista, experimenta la presencia de Dios e Isabel canta la fe de quien se fía de Dios, de María, «dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
Pero en este día, como pastor vuestro, como arzobispo de Madrid, quiero que os fijéis en elmensaje que Dios nos quiere dar a través de su Madre, a quien invocamos como la Virgen de la Paloma. Porque vuestro arzobispo quiere estar con su pueblo, a la manera y al modo que estuvo Jesús, enseñando y dándole la mano para que sepa actuar, vivir y ser presencia viva del Evangelio, del Reino que es el mismo Jesucristo; en este tiempo en el que vivimos en el que presentar el mensaje del Evangelio debe de hacerse con claridad, pero con la misericordia, que es el modo más claro en que Dios se hace visible y que alcanza a todos los hombres.
La Virgen de la Paloma, nuestra Madre, nos invita a dar este mismo mensaje hoy a los hombres, aquí desde Madrid. Fijad vuestra atención en sus palabras: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios [...] su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Cfr. Lc 1, 39-56).

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