El mayor porcentaje de los jóvenes que han peregrinado a la JMJ desde Madrid son chavales que no tenían una relación especialmente estrecha con la parroquia. Cracovia ha dado un vuelco a sus vidas y ahora el reto de la Iglesia es ayudarles a mantener el impacto vivido. El arzobispo de Madrid y su delegado de Juventud hablan del trabajo con los chicos y chicas a partir de septiembre
Los sacerdotes no se cansan de repetir a los jóvenes que vuelven de una JMJ que el efecto de estos días no puede ser como una gaseosa, que cuando la abres estalla de gas, pero con el paso de los días se vuelve acuosa. Máxime si son «chavales que tienen relación con la fe, pero no muy estrecha», como sucede con la mayor de los jóvenes que han peregrinado hasta Polonia con la Delegación de Juventud de Madrid (Deleju). «En nuestro grupo, de alrededor de 2.000 personas, había pocos chicos con fe fuerte y comprometidos al 100 % con la parroquia. También había un porcentaje pequeño de jóvenes bastante alejados de la fe», afirma Pedro José Lamata, delegado de Juventud del Arzobispado de Madrid. La mayoría, por tanto, se mueve en aguas intermedias.
Quienes menos relación tienen con la fe son los que experimentan un impacto mayor. «Incluso hay conversiones fuertes, pero lo más importante es que este viaje cambia la imagen de la fe y de la Iglesia de estos jóvenes», sostiene Lamata, que pone como ejemplo «a un grupo de macarrillas que venía de un pueblo de la sierra que al principio se quejaban todo el día de que había que ir a Misa». Pues bien, «el último día estaban desolados porque se terminaba la peregrinación». «Espero que no sea el síndrome de Estocolmo», bromea.
Buena parte de la culpa la tiene el Papa Francisco, que ha sabido «conectar perfectamente con el deseo de los jóvenes de «hacer algo en este mundo porque no les gusta como está», afirma monseñor Osoro, arzobispo de Madrid, recién llegado tras su participación en la jornada polaca. «Los instrumentos que tenemos los hombres para este cambio no son mágicos. Pero Francisco les ha regalado el que no falla, el instrumento que es Nuestro Señor y su rostro de misericordia».
Hablemos de la permanencia
La archidiócesis de Madrid reforzará el próximo curso la pastoral de jóvenes para amarrar a quienes llegan a casa con el corazón abierto. «Es el propio Papa el que nos ha diseñado lo que tenemos que hacer ahora», asegura monseñor Osoro. «El gran proyecto de este año es seguir hablándoles de misericordia».
También es necesario «dar posibilidades a los jóvenes de que el Señor toque su corazón». Y el arzobispo pone como ejemplo las vigilias de oración mensuales en la catedral de la Almudena. «Mira si tienen fruto que un joven decidió durante la última vigilia que iría a la JMJ. Una vez en Polonia me buscó ex profeso para ir a la catequesis que yo impartía. Me dijo que aquel día, en la catedral, algo había cambiado en él».
No basta con teorías, añade el prelado. «Donde se demuestra que el mundo se puede cambiar es a través de los ojos, las manos y los oídos de Jesús. Posibilitar a los jóvenes que salgan a buscar a la gente y practiquen las obras de misericordia es darles un protagonismo real en la vida de la Iglesia». Esto se materializa en las parroquias, en los grupos e instituciones eclesiales, en los movimientos… Y el curso que viene, también en el nuevo proyecto diocesano de Madrid, la Casa de la Esperanza, una iniciativa aún sobre el papel, pero con el objetivo de que sea un espacio para que los jóvenes se sientan escuchados y puedan ayudar a los vecinos que más lo necesitan. «Querría tener la Ciudad de la Esperanza, pero para tener una ciudad, primero hay que pasar por una casa», señala monseñor Osoro.
Lamata añade que desde la delegación, además de la agenda habitual de peregrinaciones o vigilias, «promovemos que haya jóvenes líderes en las parroquias. Para eso hemos preparado un curso, que impartiremos el primer trimestre del año, para que los catequistas y jóvenes más mayores de las parroquias puedan acompañar a adolescentes».
Alfa y Omega, Cristina Sánchez Aguilar
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