La liturgia nos presenta un singular ejemplo de fe: una mujer cananea, que pide a Jesús que cure a su hija, que "tenía un demonio muy malo".
El Señor no hace caso a sus insistentes invocaciones y parece no ceder ni siquiera cuando los mismos discípulos interceden por ella, como refiere el evangelista san Mateo.
Pero, al final, ante la perseverancia y la humildad de esta desconocida, Jesús condesciende: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas".
"Mujer, ¡qué grande es tu fe!". Jesús señala a esta humilde mujer como ejemplo de fe indómita. Su insistencia en invocar la intervención de Cristo es para nosotros un estímulo a no desalentarnos jamás y a no desesperar ni siquiera en medio de las pruebas más duras de la vida.
El Señor no cierra los ojos ante las necesidades de sus hijos y, si a veces parece insensible a sus peticiones, es sólo para ponerlos a prueba y templar su fe. Este es el testimonio de los santos; este es, especialmente, el testimonio de los mártires, asociados de modo más íntimo al sacrificio redentor de Cristo.
(...) Que sobre cada uno de vosotros vele con amor materno María, la Reina de los mártires».
(Del Angelus de Benedicto XVI el 14 de agosto de 2005)
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