Carta dominical del arzobispo de Barcelona, monseñor
Juan José Omella. ‘En la Eucaristía recibimos al mismo Cristo, su persona, y no
simplemente alguna cosa de Él’
Publicamos
a continuación la carta dominical del arzobispo de Barcelona, monseñor Juan
José Omella:
En
semanas anteriores os he hablado del gran don y misterio de la Eucaristía. Os
decía que tiende a unirnos profundamente con Dios. Y os hablaba de esas moradas
o peldaños por los que llegamos a esa comunión profunda dándole estos
calificativos: Dios en nosotros y nosotros en Dios; incorporados
a Cristo. Hoy doy a este breve escrito este sugerente título: Unión
transformadora.
“Cuando
comulgamos el Cuerpo de nuestro Salvador y bebemos su preciosísima Sangre,
tenemos la vida en nosotros porque somos uno en Él, vivimos en Él y somos
poseídos por Él” (In Lc, 909c), dice san Cirilo de Alejandría. No podía
expresarse mejor qué es la Eucaristía y lo que realiza en nosotros.
Pero
esa unión que se realiza entre el que comulga dignamente y Cristo va más allá
de una simple incorporación, se trata más bien de una unión transformadora que
nos hace ser el mismo Cristo. El que comulga puede decir con san Pablo: “Es
Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).
Así
lo expresa, también, el Concilio Vaticano II: “La participación del cuerpo y
sangre de Cristo no hace otra cosa sino que pasemos a ser aquello que
recibimos” (LG 26). En la Eucaristía recibimos al
mismo Cristo, su persona, y no simplemente alguna cosa de Él. Hay unión
de alma con alma, de cuerpo con cuerpo y de sangre con sangre, según
expresión de la mística oriental. No somos ni absorbidos, ni invadidos, sino
transformados en la unidad y podemos decir con el apóstol: “Para mí la vida es
Cristo” (Flp 1,21). Lo carnal es espiritualizado por el Espíritu.
Lo humano es vivificado por el Hijo encarnado. Realmente “Dios se ha hecho
hombre para hacer del hombre Dios” (San Ireneo). Si Cristo hubiese
sido solamente Dios no hubiera podido unirse a nosotros. Si hubiese sido
solamente hombre no hubiera podido alcanzarnos a todos. Pero Cristo, Dios y
hombre verdadero, se hizo Eucaristía por nosotros y por medio de Él nos
convertimos en eucaristía viviente para nuestros hermanos, los hombres
(Cf. Rm 12,1-3).
“Cuando Cristo se derrama en nuestras
almas y se funde en nosotros, entonces somos transformados, somos asimilados a
Él, igual que una gota pequeña de agua queda asimilada en el océano”. (Nicolás
Cabasilas en La vie en Christ, p. 108)
De
esta manera, la Eucaristía nos introduce en Dios, en su intimidad. Siendo
poseídos por Él ya no nos pertenecemos, vivimos una vida nueva que nos empuja a
“perder la propia vida y a despreciarla” (Mc 8,35). De esta
manera se ha acabado el hombre viejo y surge una nueva vida, un hombre
nuevo que “se va renovando, transformando, hasta alcanzar un
conocimiento perfecto, según la imagen de su creador” (Col 3,10). Es
la unión transformadora.
Así
lo expresa santa Teresa del Niño Jesús recordando su primera comunión: “Ese
día, no se trataba de una mirada sino de una fusión. Ya no éramos dos; Teresa
había desaparecido, como la pequeña gota de agua que se pierde en la inmensidad
del océano. Jesús permanecía sólo, Él era el Maestro, el Rey.” (Manuscritos
autobiográficos A, 35 r) Percibió de una manera muy sencilla, pero muy
auténtica, la alegría exacta y profunda que puede saborear un alma cuando
participa, a través de la Eucaristía, del misterio asombroso, extraordinario,
de esta unión transformadora. A propósito del culto eucarístico, queridos
hermanos, me gustaría animaros a participar en las 40 horas de adoración y
plegaria durante el tiempo pascual y hasta la solemnidad del Corpus Christi. Se
trata de una encomiable iniciativa que un año más promueven desde la Adoración
Nocturna Femenina.
Que
Dios os bendiga a todos.
+Juan
José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona
Arzobispo de Barcelona
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