"Es el momento en el
que Dios nos quiere humildes, resistentes, solidarios y fraternos"
El terremoto que ha
asolado nuestra costa del Pacífico, fue el sábado, día 16 de abril, a las
7,00 h de la tarde. De noche. Las sombras envolvían el desastre y sólo en la
mañana del domingo nos dimos cuenta de sus dimensiones...
Especialmente,
la provincia de Manabí aparecía devastada. Portoviejo, la capital, se llenaba de
escombros: casas,
hoteles, centros comerciales, se vinieron abajo y hoy esconden cantidad de
cadáveres y alguna gente con vida que grita y pide socorro. La cifra oficial de
muertos, en este momento, llega a los 272, pero serán muchos más. Los heridos pasan de 3.000 y la gente que necesita ayuda ronda las
100.000 personas. Son las cifras del momento. El futuro inmediato
irá desvelando la realidad.
Este
flagelo ocurre en momentos complicados para el país. Los excesos de la
naturaleza nos acompañan siempre: antes eran las inundaciones por el invierno.
Y, poco antes también, la erupción del Cotopaxi. Ahora este terrible seismo que deja al país en situación crítica. Económicamente, la recesión por la
caída del precio del petróleo nos había puesto contra las cuerdas. Así que
llueve sobre mojado... Será duro salir adelante y afrontar de forma eficaz este
enorme agujero que se abre bajo nuestros pies.
Como
ocurre siempre entre nosotros, el dolor deja también en evidencia la solidaridad. Pasado el momento álgido del desastre,
todo el mundo participa y trata de dar una respuesta. Emociona el ver a tanta
gente movilizada. Todo el mundo quiere hacer algo, aunque no se sepa bien qué
es lo más urgente. Poco a poco, la solidaridad
entrará por los cauces de una mayor racionalidad y organización. En países como el nuestro la capacidad
de reacción es siempre lenta y deslavazada, pero el alma ecuatoriana está ahí
presente, compartiendo dolores y necesidades.
La
Iglesia trata de hacer su parte, acompañando al pueblo. Este es nuestro signo
distintivo: acompañar, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la
enfermedad, en la vida y en la muerte. En estos dos escasos días (ayer,
domingo, la gente copaba las iglesias) hemos repetido insistentemente que hay que fomentar cuatro actitudes:confianza en Dios, que no abandona a su pueblo, unidad, manos a la
obra y oración.
Son
esos momentos en que las diferencias y los colores políticos, sociales o
económicos quedan relativizados y diluidos en medio de la tragedia. Es el
momento de sentirnos hermanos, amigos y compañeros. Es el momento en el que Dios nos quiere humildes, resistentes,
solidarios y fraternos. Es el momento de sembrar esperanza.
A lo largo de estos días nos uniremos a tantas iniciativas de
ayuda. Todas las diócesis organizaremos colectas, recogida de víveres no
perecibles, ropa, kits de aseo, etc. Por desgracia, somos expertos en aguantar.
Así, poco a poco, la desgracia se va convirtiendo en gracia. La emoción por el dolor es sustituida por la emoción de colaborar
y de hacer todo lo posible por sacar el país adelante.
No
dejen de ayudarnos. En momentos así, la aldea global se convierte en una
inmensa oportunidad para decirnos a nosotros mismos que somos humanos, que no
dejamos de serlo, a pesar de la dureza de la vida, de la política o de los
intereses inmediatos.
(Julio Parrilla Díaz,
Obispo de Riobamba en el Ecuador)
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