lunes, 11 de abril de 2016

‘Para una lectura de la Amoris laetitia…’

Reflexión de P. Jesús Villagrasa, LC, rector del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, sobre la exhortación apostólica post-sinodal
 Ya está. Papa Francisco ha puesto en nuestras manos la exhortación apostólica Amoris laetitia (AL), “La alegría del amor: Sobre el amor en la familia”, que recoge el fruto de los Sínodos celebrados en 2014 y 2015.
Una viñeta del humor de Chiri en el semanario Alfa y Omega se está verificando: “¿Lo veis? El Papa nos da la razón? – dice un señor; “¡De eso nada! Reafirma nuestra posición” – dice el interlocutor. “Pero si el Papa aún no ha empezado a hablar” – comenta sorprendido un prelado vaticano. “Da igual… Estamos entrenando”. Los debates y contrastes en la prensa parecen ajenos a que el Papa haya dicho algo o no. Por eso, en este momento, quizás lo más importante sea disponernos y orientarnos a una lectura atenta de esta exhortación… antes de empezar a comentar los contenidos. De hecho Papa Francisco nos ofrece alguna orientaciones en los siete primeros números de AL.

Intención del autor… Lo primero que busca el lector e intérprete de un texto es la intención del autor, para conocerla y respetarla, antes de juzgar el contenido. En nuestro caso esta intención es explícita: no quiere pronunciarse para resolver cuestiones debatidas por teólogos: “no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales” (AL 3). Sí quiere librar a los pastores y a los files de posiciones extremas inaceptables, como son “un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación” y la pretensión de “resolver todo aplicando normativas generales o derivando conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas” (AL 2). Mal leerá el texto quien, atrincherado en alguna de estas posiciones, busque frases de la exhortación para lanzarlas como armas arrojadizas al contrincante. Ya dijo en su momento Hans Urs von Balthasar que para algunos teólogos el Evangelio se había convertido en una cantera de la cual extraer piedras para arrojar en los debates teológicos. Si eso pasa con el Evangelio… Papa Francisco ha querido recoger “los aportes de los dos recientes Sínodos sobre la familia, agregando otras consideraciones que puedan orientar la reflexión, el diálogo o la praxis pastoral y, a la vez, ofrezcan aliento, estímulo y ayuda a las familias en su entrega y en sus dificultades” (AL 4). La mirada del lector no debe dirigirse a las posiciones de teólogos y pastoralistas, sino a los matrimonios, a la vida de las familias que se esfuerzan por vivir su vocación en un difícil y complejo contexto social y eclesial.
… y división del texto: Los comentaristas medievales de textos antiguos solían anteponer a su comentario una división del texto en partes y secciones ordinariamente ausente en el texto comentado. Era la forma más segura para captar la intención del autor y suponía un conocimiento profundo de todo el texto. El Papa nos ahorra esta fatiga y, al mismo tiempo, nos previene de la “tentación universal” de ir directamente a las orientaciones pastorales que iluminen las decisiones que habría que tomar en situaciones problemáticas muy complejos que son tal vez las que más interesan a los medios de comunicación y a muchas personas, familias y pastores. Antes de llegar a esos temas (tratados en el capítulo 8) hay que realizar un camino con etapas (capítulos) que tienen finalidades muy precisas y que el Papa expone en el n. 6: “En el desarrollo del texto, comenzaré con una apertura inspirada en las Sagradas Escrituras, que otorgue un tono adecuado [cap. 1]. A partir de allí, consideraré la situación actual de las familias en orden a mantener los pies en la tierra [cap. 2]. Después recordaré algunas cuestiones elementales de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia [cap. 3], para dar lugar así a los dos capítulos centrales, dedicados al amor [cap. 5-6]. A continuación destacaré algunos caminos pastorales que nos orienten a construir hogares sólidos y fecundos según el plan de Dios [cap. 6], y dedicaré un capítulo a la educación de los hijos [cap. 7]. Luego me detendré en una invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral ante situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone [cap. 8], y por último plantearé breves líneas de espiritualidad familiar [cap. 9]”.

¿Cómo leer la exhortación? “No recomiendo una lectura general apresurada” (7), que es la tentación de quien hojea el texto en busca de novedades. Los fieles tenemos a nuestra disposición el fruto maduro de una reflexión amplia y rica realizada por dos sínodos y presentada a la consideración del Santo Padre. Expresión de aprecio teórico y práctico por este texto pontificio, será seguir estos consejos: primero, profundizar “pacientemente parte por parte” (7), haciéndolo objeto de calmado estudio y honda reflexión. Segundo, hacer de este texto un vademecum para la vida, donde cada uno busque “lo que pueda necesitar en cada circunstancia concreta” (7).

Continuidad. Como ya pasó con los textos conciliares, quizás haya quien diga que el texto no recoge el espíritu de unos sínodos presuntamente más ‘progresistas’ o que no es fiel a la tradición… Con la perspectiva de la experiencia de años pasados podemos parafrasear lo que el cardenal Ratzinger decía del Concilio. La mejor herencia del Sínodo es este texto, rectamente interpretado en la continuidad con el magisterio precedente. Papa Francisco parece querer subrayarlo por la profusión de citas las relaciones sinodales y de sus dos predecesores: San Juan Pablo II y su Familiaris consortio y Benedicto XVI y su encíclica Deus Caritas est, entre otros documentos.

Una provocación: En la presentación a la prensa de la exhortación apostólica se ha subrayado que el lenguaje de Papa Francisco es claro, sencillo, concreto. No lo dudo. Pero me gustaría que el lector se dejara provocar por unas reflexiones de Etienne Gilson en su obra “El filósofo y la teología”, ante la constatación de que rara vez los filósofos se animaban a leer unas encíclicas pontificias que les resultaban difíciles. Estoy convencido de que las cautelas de Gilson siguen siendo válidas y que estos textos requieren una lectura reflexiva muy atenta, para captar el valor de cada frase en el contexto global de la exhortación, el valor de algunos silencios, y como diría Gilson, la precisión de algunas imprecisiones. Aunque los motivos de la dificultad de la lectura sean otros, este texto de Gilson resulta pertinente: “La dificultad no proviene de que estén escritas en un latín de cancillería florido de elegancias humanísticas, sino más bien de que no siempre se deja captar fácilmente el sentido de la doctrina. Entonces se aborda el problema de traducirlas, y, al intentarlo, se acaba por comprender al menos la razón de ser de su estilo. No se puede reemplazar las palabras de este latín pontificio por otras tomadas de una cualquiera de las grandes lenguas literarias modernas, y menos aún desarticular estas frases para articularlas de otra forma, sin darse cuenta inmediatamente de que, por cuidadosamente que se haga, el original pierde su fuerza a lo largo de la operación, y no sólo su fuerza, sino también precisión, que aún no es lo más grave, pues la verdadera dificultad, conocidísima por los que intentan la prueba, está en respetar exactamente lo que podría llamarse, sin caer en paradoja alguna, la precisión de sus imprecisiones. La precisión sabiamente calculada de sus imprecisiones voluntarias. Cuántas veces no se piensa, después de madura reflexión, que se sabe lo que, respecto a tal punto preciso, quiere decir la encíclica, pero no lo dice exactamente, y sin duda tiene sus razones para detener en determinados umbrales la determinación más precisa de un pensamiento preocupado por permanecer siempre abierto, presto a acoger las posibles novedades”. Gilson concluye pidiendo a los filósofos cristianos que, además de hacer cursos de teología, se animen a frecuentar alguna universidad pontificia en la que les enseñen a leer los documentos pontificios. Como rector de una universidad pontificia ciertamente renuevo esa invitación, aunque más modestamente me limito a invitar a los pastores y a los fieles – a ellos va dirigida Amoris laetitia – a leer con calma y profundidad este esperadísimo texto sobre una cuestión vital para las personas, las familias, la sociedad y la Iglesia: “el amor en la familia”
 (ZENIT – Roma).-

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