Reflexión de P. Jesús Villagrasa, LC, rector del Ateneo Pontificio Regina
Apostolorum, sobre la exhortación apostólica post-sinodal
Ya está. Papa
Francisco ha puesto en nuestras manos la exhortación apostólica Amoris laetitia
(AL), “La alegría del amor: Sobre el amor en la familia”, que recoge el fruto
de los Sínodos celebrados en 2014 y 2015.
Una viñeta del humor
de Chiri en el semanario Alfa y Omega se está verificando: “¿Lo veis? El Papa
nos da la razón? – dice un señor; “¡De eso nada! Reafirma nuestra posición” –
dice el interlocutor. “Pero si el Papa aún no ha empezado a hablar” – comenta
sorprendido un prelado vaticano. “Da igual… Estamos entrenando”. Los debates y
contrastes en la prensa parecen ajenos a que el Papa haya dicho algo o no. Por
eso, en este momento, quizás lo más importante sea disponernos y orientarnos a
una lectura atenta de esta exhortación… antes de empezar a comentar los
contenidos. De hecho Papa Francisco nos ofrece alguna orientaciones en los
siete primeros números de AL.
Intención del autor… Lo primero que busca el lector e
intérprete de un texto es la intención del autor, para conocerla y respetarla,
antes de juzgar el contenido. En nuestro caso esta intención es explícita: no
quiere pronunciarse para resolver cuestiones debatidas por teólogos: “no todas
las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con
intervenciones magisteriales” (AL 3). Sí quiere librar a los pastores y a los
files de posiciones extremas inaceptables, como son “un deseo desenfrenado de
cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación” y la pretensión de
“resolver todo aplicando normativas generales o derivando conclusiones
excesivas de algunas reflexiones teológicas” (AL 2). Mal leerá el texto quien,
atrincherado en alguna de estas posiciones, busque frases de la exhortación
para lanzarlas como armas arrojadizas al contrincante. Ya dijo en su momento
Hans Urs von Balthasar que para algunos teólogos el Evangelio se había
convertido en una cantera de la cual extraer piedras para arrojar en los
debates teológicos. Si eso pasa con el Evangelio… Papa Francisco ha querido
recoger “los aportes de los dos recientes Sínodos sobre la familia, agregando
otras consideraciones que puedan orientar la reflexión, el diálogo o la praxis
pastoral y, a la vez, ofrezcan aliento, estímulo y ayuda a las familias en su
entrega y en sus dificultades” (AL 4). La mirada del lector no debe dirigirse a
las posiciones de teólogos y pastoralistas, sino a los matrimonios, a la vida
de las familias que se esfuerzan por vivir su vocación en un difícil y complejo
contexto social y eclesial.
… y división del texto: Los comentaristas medievales de textos
antiguos solían anteponer a su comentario una división del texto en partes y
secciones ordinariamente ausente en el texto comentado. Era la forma más segura
para captar la intención del autor y suponía un conocimiento profundo de todo
el texto. El Papa nos ahorra esta fatiga y, al mismo tiempo, nos previene de la
“tentación universal” de ir directamente a las orientaciones pastorales que
iluminen las decisiones que habría que tomar en situaciones problemáticas muy
complejos que son tal vez las que más interesan a los medios de comunicación y
a muchas personas, familias y pastores. Antes de llegar a esos temas (tratados
en el capítulo 8) hay que realizar un camino con etapas (capítulos) que tienen
finalidades muy precisas y que el Papa expone en el n. 6: “En el desarrollo del
texto, comenzaré con una apertura inspirada en las Sagradas Escrituras, que
otorgue un tono adecuado [cap. 1]. A partir de allí, consideraré la situación
actual de las familias en orden a mantener los pies en la tierra [cap. 2].
Después recordaré algunas cuestiones elementales de la enseñanza de la Iglesia
sobre el matrimonio y la familia [cap. 3], para dar lugar así a los dos
capítulos centrales, dedicados al amor [cap. 5-6]. A continuación destacaré
algunos caminos pastorales que nos orienten a construir hogares sólidos y
fecundos según el plan de Dios [cap. 6], y dedicaré un capítulo a la educación
de los hijos [cap. 7]. Luego me detendré en una invitación a la misericordia y
al discernimiento pastoral ante situaciones que no responden plenamente a lo
que el Señor nos propone [cap. 8], y por último plantearé breves líneas de
espiritualidad familiar [cap. 9]”.
Continuidad. Como ya pasó con los textos
conciliares, quizás haya quien diga que el texto no recoge el espíritu de unos
sínodos presuntamente más ‘progresistas’ o que no es fiel a la tradición… Con
la perspectiva de la experiencia de años pasados podemos parafrasear lo que el
cardenal Ratzinger decía del Concilio. La mejor herencia del Sínodo es este
texto, rectamente interpretado en la continuidad con el magisterio precedente.
Papa Francisco parece querer subrayarlo por la profusión de citas las
relaciones sinodales y de sus dos predecesores: San Juan Pablo II y su
Familiaris consortio y Benedicto XVI y su encíclica Deus Caritas est, entre
otros documentos.
Una provocación: En la presentación a la prensa de la
exhortación apostólica se ha subrayado que el lenguaje de Papa Francisco es
claro, sencillo, concreto. No lo dudo. Pero me gustaría que el lector se dejara
provocar por unas reflexiones de Etienne Gilson en su obra “El filósofo y la
teología”, ante la constatación de que rara vez los filósofos se animaban a
leer unas encíclicas pontificias que les resultaban difíciles. Estoy convencido
de que las cautelas de Gilson siguen siendo válidas y que estos textos
requieren una lectura reflexiva muy atenta, para captar el valor de cada frase
en el contexto global de la exhortación, el valor de algunos silencios, y como
diría Gilson, la precisión de algunas imprecisiones. Aunque los motivos de la
dificultad de la lectura sean otros, este texto de Gilson resulta pertinente:
“La dificultad no proviene de que estén escritas en un latín de cancillería
florido de elegancias humanísticas, sino más bien de que no siempre se deja captar
fácilmente el sentido de la doctrina. Entonces se aborda el problema de
traducirlas, y, al intentarlo, se acaba por comprender al menos la razón de ser
de su estilo. No se puede reemplazar las palabras de este latín pontificio por
otras tomadas de una cualquiera de las grandes lenguas literarias modernas, y
menos aún desarticular estas frases para articularlas de otra forma, sin darse
cuenta inmediatamente de que, por cuidadosamente que se haga, el original
pierde su fuerza a lo largo de la operación, y no sólo su fuerza, sino también
precisión, que aún no es lo más grave, pues la verdadera dificultad,
conocidísima por los que intentan la prueba, está en respetar exactamente lo
que podría llamarse, sin caer en paradoja alguna, la precisión de sus imprecisiones.
La precisión sabiamente calculada de sus imprecisiones voluntarias. Cuántas
veces no se piensa, después de madura reflexión, que se sabe lo que, respecto a
tal punto preciso, quiere decir la encíclica, pero no lo dice exactamente, y
sin duda tiene sus razones para detener en determinados umbrales la
determinación más precisa de un pensamiento preocupado por permanecer siempre
abierto, presto a acoger las posibles novedades”. Gilson concluye pidiendo a
los filósofos cristianos que, además de hacer cursos de teología, se animen a
frecuentar alguna universidad pontificia en la que les enseñen a leer los
documentos pontificios. Como rector de una universidad pontificia ciertamente
renuevo esa invitación, aunque más modestamente me limito a invitar a los
pastores y a los fieles – a ellos va dirigida Amoris laetitia – a leer con
calma y profundidad este esperadísimo texto sobre una cuestión vital para las
personas, las familias, la sociedad y la Iglesia: “el amor en la familia”
(ZENIT – Roma).-
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