Donde está el corazón del hombre allí está también su
tesoro; pues el Señor no suele negar la dádiva buena a los que se la han
pedido.
Y ya que el Señor es bueno, y mucho más bueno todavía para los que le
son fieles, abracémonos a Él, estemos de su parte con toda nuestra alma, con
todo el corazón, con todo el empuje de que seamos capaces, para que
permanezcamos en su luz, contemplemos su gloria y disfrutemos de la gracia del
deleite sobrenatural.
Conque si Dios es nuestro refugio y se halla en el cielo y sobre los
cielos, es hacia allí hacia donde hay que huir, donde está la paz, donde nos
aguarda el descanso de nuestros afanes y la saciedad de un gran Sábado. Pues la
saciedad, el placer y el sosiego están en descansar en Dios y contemplar su
felicidad.
Huyamos, pues, como los ciervos, hacia las fuentes de las aguas. ¿Cuál
es aquella fuente? Pues Dios es esa fuente.
Del Tratado de San Ambrosio, Obispo.
(CSEL 32, 192. 198-199. 204)
(CSEL 32, 192. 198-199. 204)
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