La viuda de Sarepta acoge al profeta
Elías con toda generosidad y agota toda su pobreza en su honor, aunque sea un
extranjero de Sidón. Jamás había escuchado lo que dicen los profetas sobre el
mérito de la limosna, y menos todavía la palabra del Cristo: ” Tuve hambre y me
disteis de comer ” (Mt 25,35).
¿Cuál será nuestra excusa, si después de
de tales exhortaciones, después de la promesa de recompensas tan grandes,
después de la promesa del Reino de cielos y de su felicidad, no alcanzamos el
mismo grado de bondad que esta viuda? Una mujer de Sidón, una viuda, encargada
del cuidado de una familia, amenazada por el hambre y que ve venir la muerte,
abre su puerta para acoger a un hombre desconocido y le da la poca harina que
se le queda…
¿Pero nosotros, que hemos sido
instruidos por los profetas, que escuchamos las enseñanzas de Cristo, que
tenemos la posibilidad de reflexionar sobre el futuro, que no estamos
amenazados por el hambre, que poseemos mucho más que esta mujer, tendremos
excusa, si no nos atrevemos a compartir nuestros bienes? ¿ Descuidaremos
nuestra propia salvación?…
Manifestemos pues hacia los pobres una
gran compasión, con el fin de ser dignos de poseer para la eternidad los bienes
futuros, por gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo.
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