Nada más entrar en
el Santo Sepulcro, a la derecha, dos escaleras de piedra muy empinadas suben a
las capillas del Gólgota, el lugar del suplicio de Jesucristo. Se encuentran a
unos cinco metros de altura sobre el nivel de la basílica.
En
la capilla que pertenece a los franciscanos, la undécima estación del Vía
Crucis, se hace memoria de la crucifixión. La Custodia de Tierra Santa acaba de
restaurar su decoración y mosaicos de cristal de colores brillantes,
para rememorar la historia medieval del lugar de oración. Allí donde
se veía un techo manchado por el polvo y el aceite quemado, ahora se puede ver
un azul profundo salpicado por teselas de oro.
En
la llamada capilla de la Crucifixión, sus arcos y cúpulas están llenos de
símbolos y figuras bíblicas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Del siglo XII
es el medallón que representa la Ascensión, y que ya había sido restaurado
en 2001. El altar, en bronce plateado, es un regalo del gran duque de
Toscana Fernando de Médici (1588). Entre las dos capillas se encuentra el
altar de la Dolorosa. El medio busto de la Virgen es un presente de la reina
María de Portugal (1778).
La
basílica del Santo Sepulcro encierra los lugares físicos de la crucifixión y la
resurrección de Jesús bajo un mismo techo. Este emplazamiento fue
descubierto en la esquina del foro occidental de la ciudad Aelia Capitolina, de
la época de Adriano, por la reina Elena, la madre de Constantino, que derribó
el templo y construyó una enorme basílica consagrada en el día de Pascua del
año 326.
La
iglesia fue reconstruida parcialmente en el siglo siguiente por Justiniano, y
se mantuvo intacta hasta 1009, cuando el califa Hakim la destruyó casi en su
totalidad. Fue reparada parcialmente por un monje llamado Robert, pero cuando
los Cruzados llegaron a la ciudad en torno al año 1099, el templo se
reconstruyó solo con la mitad de sus dimensiones originales, y así ha llegado
hasta nuestros días.
En
el exterior, la basílica está formada por varios volúmenes superpuestos y
añadidos, entre los que destaca un campanario truncado; sobre ese cúmulo de
edificaciones y terrazas, se levantan dos cúpulas, una mayor que la otra, que
caracterizan el perfil de Jerusalén. El interior está configurado como un
conjunto complejo de altares y capillas, grandes y pequeñas, cerradas con muros
o abiertas, dispuestas en diferentes niveles comunicados por escaleras.
El
templo está custodiado por diversas confesiones cristianas. En esta línea, el
Santo Sepulcro es la sede del patriarca ortodoxo de Jerusalén y es la catedral
del Patriarcado Latino de Jerusalén. La distribución de las distintas capillas
y lugares es un laberinto. Por ejemplo, el lugar de la Crucifixión así como el
Santo Sepulcro como tal está custodiado por los griegos ortodoxos, mientras que
los armenios tienen, entre otros, el templete desde donde la Virgen María
contempló cómo moría su Hijo. Y en una gruta, los franciscanos veneran el lugar
donde santa Elena descubrió la cruz del Señor.
(ZENIT – Madrid)
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