Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen y
nos hacen sufrir, es difícil; ni siquiera es un «buen negocio». Sin embargo es
el camino indicado y recorrido por Jesús para nuestra salvación.
En su homilía del 18 de junio de 2013, el Papa Francisco se detuvo en la
dificultad del amor a los enemigos, preguntándose cómo es posible perdonar:
«También nosotros, todos nosotros, tenemos enemigos, todos. Algunos enemigos
débiles, algunos fuertes. También nosotros muchas veces nos convertimos en
enemigos de otros; no les queremos. Jesús nos dice que debemos amar a los
enemigos».
«Jesús nos dice dos cosas —expresó el Papa afrontando la cuestión de
cómo amar a los enemigos—: primero, mirar al Padre. Nuestro Padre es Dios: hace
salir el sol sobre malos y buenos; hace llover sobre justos e injustos. Su amor
es para todos. Y Jesús concluye con este consejo: “Sed perfectos como es
perfecto vuestro Padre celestial”».
Por lo tanto, la indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en «la
perfección del amor. Él perdona a sus enemigos. Hace todo por perdonarles.
Pensemos en la ternura con la que Jesús recibe a Judas en el huerto de los
Olivos», cuando entre los discípulos se pensaba en la venganza.
«Jesús nos pide amar a los enemigos -insistió-. ¿Cómo se puede hacer?
Jesús nos dice: rezad, rezad por vuestros enemigos». La oración hace milagros;
y esto vale no sólo cuando tenemos enemigos; sino también cuando percibimos
alguna antipatía, «alguna pequeña enemistad».
Es cierto: «el amor a los enemigos nos hace pobres, como Jesús, quien,
cuando vino, se abajó hasta hacerse pobre». Tal vez no es un «buen negocio»
—agregó el Pontífice—, o al menos no lo es según la lógica del mundo. Sin
embargo «es el camino que recorrió Dios, el camino que recorrió Jesús» hasta
conquistarnos la gracia que nos ha hecho ricos
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