Pero la primera figura de hombre, con cuerpo y alma, que avanza ante nuestra mirada, propuesta a nuestro respeto y veneración, esj San Juan Bautista, flor solitaria y tardía de Zacarías e Isabel, llamados a preparar, por medio de la voz de este inesperado hijo, el mensae celestial y la invitación a la generación universal que los profetas habían prometido, desde hacía siglos.
¡Qué exclamación la que salió de los labios de aquel anciano afortunado y emocionado que había recuperado la palabra! "Et tu, puer, propheta Altissimi vocaberis, praeibis enim ante faciem Domini parare vias eius" (Lc 1, 76). (Tú, hijo, serás llamado Profeta del Altísimo, pues irás delante de Él para prepararle el camino.)
Aquel Benedictus, todo en conjunto, cuyo alegre eco nos ha conservado San Lucas, como exaltación del palpitar religioso de todos los siglos, como invitación para toda alma sacerdotal, que saludando la luz de la mañana, de todas las mañanas, es llamada a encontrar en aquella luz como la aparición del rostro de Cristo, renaciendo siempre para salvar y bendecir al mundo, a lo largo de los siglos.
La primera constatación del honor de preferencia, reservado a San Juan Bautista, aparece en seguida en los relatos evangélicos, es decir, a los comienzos del Magisterio Divino de Cristo Salvador, tanto en las primeras páginas de San Mateo, como de San Marcos, San Lucas y San Juan.
Era natural que esta característica singular fuera consagrada rápidamente por la veneración de los siglos, aún a través de las voces de la liturgia y en los monumentos de piedra, y templos, modestos o grandiosos, y que correspondiese a Roma verdaderamente la primacía en el culto a San Juan Bautista, la primacía de estas manifestaciones artísticas y religiosas.
No tratándose de un simple primer puesto como si se dedicara a un santo singular de carácter casi doméstico y local, sino a un verdadero Precursor del Señor corno él fue en su nacimiento y como permaneció en su muerte; su muerte violenta que precedió a la misma de San Esteban Protomártir.
Es de San Ambrosio la idea de que el Bautista continúa siempre, aún en la acción que el ejerce desde el cielo sobre las almas que él protege, teniéndolas próximas a sí y a su espíritu, en íntima conformidad con cuanto cantó en el Benedictus su anciano padre, enfocando la luz de la fe sobre nuestras almas, enderezando los caminos tortuosos de la vida, impidiéndonos caer en los abismos del error, y ayudándonos a rellenar nuestros valles con las más bellas virtudes, mortificando todo el orgullo humano para postrarnos ante el Señor y dirigir siempre nuestros pasos por los caminos de la paz. (San Ambrosio in Lucam, 1, 38).
Sobre los monumentos de veneración de toda la Iglesia católica a San Juan Bautista, basta recordar los títulos y altísimos merecimientos de este precursor, los prodigiosos acontecimientos acaecidos en su nacimiento, su dignidad de profeta del Altísimo, cerrando el período del Antiguo Testamento y abriendo las puertas del Nuevo, el primer santo canonizado y, reconozcámoslo, canonizado por Cristo en persona cuando dijo en alta voz: "Entre los nacidos de mujer, no hay ninguno más grande que San Juan Bautista" (Mt 11, 11).
Finalmente su glorioso martirio, su cabeza en la bandeja después de la decapitación; "conticescit et adhuc timetur" (calló, y aún es temido). (Ex Libro S. Ambr. Ep. de Virginibus-Liber 3 post initium). Estaba completamente reservado a la veneración del cielo y de la tierra.
Su culto, pues, a diferencia del de los santos, y aun del de los mártires, de fisonomía siempre esplendorosa, pero puramente local, se presenta con aspecto y características universales.
El emperador Constantino, construyó aquí en Letrán el noble baptisterio con el nombre del primer Juan, que poco después sirvió de título a otros muchos baptisterios del siglo IV. Y a él se le dedicó la primera basílica del Salvador, que después de muchas reconstrucciones a lo largo de los siglos, mereció siempre el nombre singular —y ahora como en el pasado— de Sacrosanta Archibasílica Lateranense, madre y cabeza de todas las Iglesias de Roma y del mundo.
Aquel emperador no cesó de construir, puesto que a él se le atribuyen basílicas dedicadas a San Juan Bautista en Ostia, Albano y Constantinopla; y después de él, en el siglo IV y siguientes, en Roma y en todo el Occidente, el culto de San Juan Bautista tuvo una difusión extraordinaria.
Sólo en Roma se contaban una veintena de iglesias con el título de San Juan, a la par que en la serie de los Pontífices, se contaron y fueron honrados por los fieles veintitrés con este nombre, desde Juan I, Papa y mártir (523-526) hasta Juan XXII (1316-1334), Papa del período de Aviñón, y después de seis siglos (1334-1958), el más reciente Juan XXIII, que os habla, indigno de esta tarea y de esta sucesión, pero confiado en el Señor que todo lo sabe, todo lo ve y todo lo gobierna, sirviéndose de quien se abandona en él, bajo los auspicios, aun lejanos, de su gran misericordia y paz, serena y tranquila.
San Juan XXIII, 24 de junio de 1062
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