Muchas veces no sentimos simplemente
siervos inútiles, y es verdad (Cf. Lucas 17, 10). Y, a pesar de
ello, el Señor nos llama amigos, nos hace sus amigos, nos da su
amistad
El Señor define la amistad de dos
maneras: No hay secretos entre amigos: Cristo nos dice todo lo que
escucha al Padre; nos da su plena confianza y, con la confianza, también el
conocimiento. Nos revela su rostro, su corazón. Nos muestra su ternura por
nosotros, su amor apasionado que va hasta la locura de la cruz. Nos da su
confianza, nos da el poder de hablar con su yo: «este es mi cuerpo…», «yo te
absuelvo…». Nos confía su cuerpo, la Iglesia. Confía a nuestras débiles mentes,
a nuestras débiles manos su verdad, el misterio del Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo; el misterio del Dios que «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único» (Juan 3, 16). Nos ha hecho sus amigos y, nosotros, ¿cómo respondemos?
El segundo elemento con el que Jesús define la amistad es la comunión de las voluntades. «Idem velle – idem nolle», era también para los romanos la definición de la amistad. «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Juan 15, 14). La amistad con Cristo coincide con lo que expresa la tercera petición del Padrenuestro: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». En la hora de Getsemaní, Jesús transformó nuestra voluntad humana rebelde en voluntad conformada y unida con la voluntad divina. Sufrió todo el drama de nuestra autonomía y, al llevar nuestra voluntad en las manos de Dios, nos da la verdadera libertad: «pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mateo 26, 39). En esta comunión de las voluntades tiene lugar nuestra redención: ser amigos de Jesús, convertirse en amigos de Dios. Cuanto más amamos a Jesús, más le conocemos, más crece nuestra auténtica libertad, la alegría de ser redimidos.
¡Gracias, Jesús, por tu amistad!
Fragmento de la Homilía del cardenal
Joseph Ratzinger en la misa por la elección del nuevo pontifice
Autor: Cardenal Joseph Ratzinger | Fuente: Catholic.net
Autor: Cardenal Joseph Ratzinger | Fuente: Catholic.net
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