«Queridos hermanos y hermanas,
El Evangelio nos presenta a Jesús predicando a orillas del lago de Galilea, y
dado que lo rodeaba una gran multitud, subió a una barca, se alejó un poco de
la orilla y predicaba desde allí. Cuando habla al pueblo, Jesús usa muchas
parábolas: un lenguaje comprensible a todos, con imágenes tomadas de la
naturaleza y de las situaciones de la vida cotidiana.
La primera que relata es la parábola del sembrador, que sin guardarse nada
arroja su semilla en todo tipo de terreno. Y la verdadera protagonista de esta
parábola es precisamente la semilla, que produce mayor o menor fruto según el
terreno donde cae. (…)
En este caso, Jesús no se limitó a presentar la parábola, también la explicó a
sus discípulos. La semilla que cayó en el camino indica a quienes escuchan el
anuncio del reino de Dios pero no lo acogen; así llega el Maligno y se lo
lleva. El Maligno, en efecto, no quiere que la semilla del Evangelio germine en
el corazón de los hombres. Esta es la primera comparación.
La segunda es la de la semilla que cayó sobre las piedras: ella representa a
las personas que escuchan la Palabra de Dios y la acogen inmediatamente, pero
con superficialidad, porque no tienen raíces y son inconstantes; y cuando
llegan las dificultades y las tribulaciones, estas personas se desaniman
enseguida.
El tercer caso es el de la semilla que cayó entre las zarzas: Jesús explica que
se refiere a las personas que escuchan la Palabra pero, a causa de las
preocupaciones mundanas y de la seducción de la riqueza, se ahoga.
Por último, la semilla que cayó en terreno fértil representa a quienes escuchan
la Palabra, la acogen, la custodian y la comprenden, y la semilla da fruto. El
modelo perfecto de esta tierra buena es la Virgen María.
Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a quienes
escuchaban a Jesús hace dos mil años. Nos recuerda que nosotros somos el
terreno donde el Señor arroja incansablemente la semilla de su Palabra y de su
amor. ¿Con qué disposición la acogemos?
Y podemos plantearnos la pregunta: ¿cómo es nuestro corazón? ¿A qué terreno se
parece: a un camino, a un pedregal, a una zarza? Depende de nosotros
convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero trabajado y
cultivado con cuidado, a fin de que pueda dar buenos frutos para nosotros y
para nuestros hermanos.
Y nos hará bien no olvidar que también nosotros somos sembradores. Dios siembra
semilla buena, y también aquí podemos plantearnos la pregunta: ¿qué tipo de
semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca? Nuestras palabras pueden
hacer mucho bien y también mucho mal; pueden curar y pueden herir; pueden
alentar y pueden deprimir. Recordadlo: lo que cuenta no es lo que entra, sino
lo que sale de la boca y del corazón.
Que la Virgen nos enseñe, con su ejemplo, a acoger la Palabra, custodiarla y
hacerla fructificar en nosotros y en los demás».
(Papa Francisco, Ángelus del 13 de julio de 2014)
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