Cuando el Creador del
universo decidió restaurar todas las cosas en Cristo, dentro del más
maravilloso orden, y devolver a su anterior estado la naturaleza del hombre,
prometió que, al mismo tiempo que los restantes bienes, le otorgaría también
ampliamente el Espíritu Santo, ya que de otro modo no podría verse reintegrado a la
pacífica y estable posesión de aquellos bienes.
Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu
Santo habría de descender hasta nosotros, a saber, el del advenimiento de
Cristo, y lo prometió al decir: En aquellos días —se refiere a los del
Salvador— derramaré mi Espíritu sobre toda carne. [...]
De manera que el Hijo unigénito recibe el Espíritu
Santo no para sí mismo —pues es suyo, habita en él, y por su medio se comunica,
como ya dijimos antes—, sino para instaurar y restituir a su integridad a la
naturaleza entera, ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad.
Puede, por tanto, entenderse —si es que queremos
usar nuestra recta razón, así como los testimonios de la Escritura— que Cristo
no recibió el Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo: pues
por su medio nos vienen todos los bienes.
Del Comentario de san
Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el Evangelio de san Juan
Fuente: News.va
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