martes, 1 de diciembre de 2015

Lo que el Papa deja en la martirizada República Centroafricana

"Con su presencia, el Papa valiente puso las bases de una nueva era para el país"


"No tengo oro ni plata, pero os dejo lo que tengo: La bendición de Dios". Palabras de Francisco que repiten las que pronunció, en los orígenes de la Iglesia, el primer Papa, el apóstol Pedro. Una bendición cargada de regalos para la República Centroafricana, víctima de una guerra cruel por la avaricia de los que quieren expoliar sus valiosos recursos naturales.
Muchos le aconsejaban (incluidas las autoridades y los servicios de inteligencia de Francia), que no visitase el país por los riesgos físicos y reales que podía correr. Pero, contra viento y marea, Francisco mantuvo esta etapa en su gira africana. Porque siempre trata de vivir lo que predica. Y si predica misericordia y cercanía a los más pobres, no iba a dejar tirado al país que, con Siria y algún otro, más sufre y más lo necesita en estos momentos.
De hecho, su presencia allí no sólo puso sobre el tapete de la agenda mundial el conflicto olvidado de la RCA, sino que impulsó salidas concretas a la crisis que vive el país. Abrió horizontes, tras reunirse con las autoridades políticas de transición y con los líderes religiosos.
Salidas que pueden cuajar o no, porque el conflicto está muy enconado y, en África, como en otras partes del planeta, sangre llama a sangre y venganza clama venganza. Cuajen o no, Francisco dejó en el pueblo llano, en los que más sufren, en los empobrecidos un rayo de luz y de esperanza. Por un par de días, los pobres y los refugiados se sintieron importantes. El Papa fue a su casa, a sus tiendas, a verlos a ellos. Pudieron tocar al Papa y ser bendecidos por él. Y eso les da nuevas energías.

Francisco deja en Bangui consuelo, sanación y muchas lágrimas enjugadas, asi como alegrías compartidas. Porque Bangui llora, pero también canta y baila y puso ante el Papa al desnudo toda su alma joven y alegre. Con cicatrices y heridas profundas, sobre las que el Papa vertió el bálsamo de la esperanza.

En Bangui Francisco ofreció también un ejemplo práctico de los que significa tender puentes y de cómo se realiza un auténtico diálogo interreligioso. Visitando en su iglesia a los protestantes y en su mezquita, a los musulmanes. La mezquita del peligroso barrio del Kilómetro 5, donde una línea roja invisible separa a cristianos y musulmanes.

En su mezquita, al lado del imán, el Papa clamó: "Juntos, digamos no al odio, a la venganza y a la violencia". No a la "violencia en nombre de Dios, porque Dios es paz, salam". Porque las religiones no pueden ni deben ser el problema, sino parte de la solución. Y, porque los musulmanes y los cristianos "somos hermanos" y "debemos considerarnos y comportarnos como tales".
Con su palabra, pero sobre todo con su presencia, el Papa atrevido, el Papa pacificador y valiente pone las bases de una nueva era en la RCA. Una era de paz. Porque, como dijo en más de una ocasión "no hay futuro sin paz".
Por eso, puede concluir su estancia en Bangui con la satisfacción del deber cumplido. Y regresa a Roma sin un rasguño. Quizás porque goza de la protección del Altísimo. A este papa nada lo tumba, siempre sale airoso. Todo lo que toca lo convierte en oro. Resplandece e ilumina incluso en medio del sufrimiento. Quizás porque, como dice el salmista, "los ángeles del Señor te cubrirán con sus alas". Francisco, el pacificador, protegido por Dios, amado por el pueblo, que lo proclama el líder global del Sur.


(José Manuel Vidal).-

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