"Con su presencia, el Papa
valiente puso las bases de una nueva era para el país"
"No
tengo oro ni plata, pero os dejo lo que tengo: La bendición de Dios".
Palabras de Francisco que
repiten las que pronunció, en los orígenes de la Iglesia, el primer Papa, el
apóstol Pedro. Una bendición cargada de regalos para la República
Centroafricana, víctima de una guerra cruel por la avaricia de los que quieren
expoliar sus valiosos recursos naturales.
Muchos le aconsejaban (incluidas las autoridades y los servicios
de inteligencia de Francia), que no visitase el país por los riesgos físicos y
reales que podía correr. Pero, contra viento y marea, Francisco mantuvo esta
etapa en su gira africana. Porque siempre trata de vivir lo que
predica. Y si predica misericordia y cercanía a los más pobres, no iba a dejar
tirado al país que, con Siria y algún otro, más sufre y más lo necesita en
estos momentos.
De hecho, su presencia allí no sólo puso sobre el tapete de la
agenda mundial el conflicto olvidado de la RCA, sino que impulsó salidas
concretas a la crisis que vive el país. Abrió horizontes, tras reunirse con las autoridades
políticas de transición y con los líderes religiosos.
Salidas que pueden cuajar o no, porque el conflicto está muy
enconado y, en África, como en otras partes del planeta, sangre llama a sangre
y venganza clama venganza. Cuajen o no, Francisco dejó en el pueblo llano, en
los que más sufren, en los empobrecidos un rayo de luz y de esperanza. Por un par de días, los pobres y los refugiados se sintieron
importantes. El Papa fue a su casa, a sus tiendas, a verlos a ellos.
Pudieron tocar al Papa y ser bendecidos por él. Y eso les da nuevas energías.
Francisco deja en Bangui consuelo, sanación y muchas
lágrimas enjugadas, asi como alegrías compartidas. Porque Bangui
llora, pero también canta y baila y puso ante el Papa al desnudo toda su alma
joven y alegre. Con cicatrices y heridas profundas, sobre las que el Papa
vertió el bálsamo de la esperanza.
En Bangui Francisco ofreció
también un ejemplo práctico de los que significa tender puentes y de cómo
se realiza un auténtico diálogo interreligioso. Visitando en su
iglesia a los protestantes y en su mezquita, a los musulmanes. La mezquita del
peligroso barrio del Kilómetro 5, donde una línea roja invisible separa a
cristianos y musulmanes.
En su mezquita, al lado del imán, el Papa clamó: "Juntos,
digamos no al odio, a la venganza y a la violencia". No a la "violencia en nombre de Dios, porque Dios es paz,
salam". Porque las religiones no pueden ni deben ser el
problema, sino parte de la solución. Y, porque los musulmanes y los cristianos
"somos hermanos" y "debemos considerarnos y comportarnos como
tales".
Con su palabra, pero sobre todo con su presencia, el Papa atrevido, el Papa
pacificador y valiente pone las bases de una nueva era en la RCA. Una era de paz. Porque,
como dijo en más de una ocasión "no hay futuro sin paz".
Por eso, puede concluir su estancia en Bangui con la satisfacción
del deber cumplido. Y regresa a Roma sin un rasguño. Quizás porque goza de la
protección del Altísimo. A este papa nada lo tumba, siempre sale airoso. Todo
lo que toca lo convierte en oro. Resplandece e ilumina incluso en medio del
sufrimiento. Quizás porque, como dice el salmista, "los ángeles del Señor
te cubrirán con sus alas". Francisco, el pacificador, protegido por Dios,
amado por el pueblo, que lo proclama el líder global del Sur.
(José Manuel Vidal).-
No hay comentarios:
Publicar un comentario