El último escándalo, que ha saltado por los aires en el Vaticano, hace
temblar a quienes se fían del papa. De la misma manera y en la misma medida
en que hace disfrutar a los que no quieren ver ni en pintura al papa Francisco.
Y para que no le falte ningún matiz de interés a esta macabra historia, hay
quienes aseguran que los mismos que llevaron a Benedicto XVI a la renuncia de
su cargo, terminarán mandando a la Patagonia al papa Bergoglio.
Yo no sé si el actual obispo de Roma está o no está acertado en el
nombramiento de los cargos de confianza para el buen gobierno de la Iglesia. Lo
que sí sé con seguridad es que, en la ya larga historia del cristianismo, el primer
desorientado, en esto de nombrar cargos de confianza para el dinero, fue Jesús
de Nazaret. O sea, que el origen de los desaciertos - en el espinoso asunto
de la economía - empezó pronto en la Iglesia.
La cosa empezó el día que Jesús escogió a los doce apóstoles. Y sabemos que entre
ellos ya había un traidor. Era Judas. De este hombre, se pensó,
durante mucho tiempo, que entregó a Jesús porque no estaba de acuerdo con la
bondad y el perdón que predicaba el Nazareno. Judas, se ha dicho mil veces,
pertenecía a los “zelotas”, los revolucionarios de aquel tiempo, que querían, a
toda costa, echar a los romanos de Palestina y ser ellos los liberadores de la
opresión que soportaba el sufrido pueblo. Estas ideas estaban de moda en los
años 60 del siglo pasado. Por eso, Paris se quedó pasmada el día que, en 1969,
Oscar Cullmann pronunció en la Sorbona su famosa conferencia:”Jesús y los
revolucionarios de su tiempo”.
Hoy sabemos que todo aquello no pasó de ser un alarde de imaginación. Ni en
tiempo de Jesús había “zelotas”. Ni lo de “Iscariote” tiene que ver nada con
“sicario”. Ni Judas fue el primer revolucionario político en la historia del
cristianismo. El asunto es más simple. Y tiene más que ver con lo que pasa
ahora por todas partes. Judas “era un ladrón” (Jn 12, 6).Un ladrón que se
las daba de “socialista”, que se escandalizó cuando una buena mujer, María,
“tomando una libra de perfume de nardo auténtico de mucho precio, le ungió los
pies a JesúsA (Jn 12, 3). Judas se puso entonces a defender a los pobres. Como
si los pobres le importaran a él. Cuando, en realidad, lo que le importaba era
el dinero que, como encargado de la bolsa, sacaba de ella, para su propio
provecho. Por eso, cuando llegó el momento oportuno, se fue derecho a los sumos
sacerdotes y les hizo la propuesta: “¿Cuánto estáis dispuestos a darme si os lo
entrego?” (Mt 26, 15). Judas preparó el negocio. Pero quería “la mordida”. Como
se sigue haciendo hasta el día de hoy. Y todo terminó como sabemos: injusticia,
muerte y suicidio.
¿Y ahora nos llevamos las manos a la cabeza y aplaudimos al traidor o
pensamos que se nos hunde el papa que tenemos? Ni un traidor hunde al
papa, ni cuatro fanáticos del templo se van a salir con las suyas. Lo de
Jesús es mucho más profundo y tiene un recorrido que no imaginamos. Por eso, lo
que hace falta de verdad no es que Francisco se hunda o Francisco acierte. Lo
que hace falta es que tomemos en serio el Evangelio, que es lo que quiere
Francisco. Y los que sobran son los curas, que ahora como los sacerdotes de
entonces, lo que quieren es la ganancia y vivir a sus anchas
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