martes, 3 de noviembre de 2015

Homilía del Papa: Mirándolo a Él, creyendo en Él, somos salvados por Él

“Hoy recordamos a los hermanos Cardenales y Obispos fallecidos en el curso de este año. En esta
tierra han amado a la Iglesia, su esposa, y nosotros rezamos para que en Dios puedan gozar de la alegría plena, en la comunión de los santos”.

Con estas palabras el Papa Francisco comenzó su homilía de la Santa Misa celebrada, el primer martes de noviembre en la Basílica Vaticana, que como todos los años se lleva a cabo en sufragio de los Cardenales y Obispos fallecidos durante los últimos doce meses.

El Obispo de Roma invitó a repensar “con gratitud también en la vocación de estos Ministros sagrados, tal como lo indica la misma palabra que hace referencia – dijo – a la acción de administrar, es decir servir. Y añadió que mientras pedimos para ellos el premio prometido a los “siervos buenos y fieles”, estamos llamados a renovar la elección de servir en la Iglesia:

“Nos lo pide el Señor, quien como un siervo lavó los pies a sus discípulos más estrechos, para que como hizo Él lo hagamos también nosotros”.  Dios – dijo el Papa Bergoglio – fue el primero que nos ha servido. El ministro Jesús, venido para servir y no para ser servido, no puede dejar de ser, a su vez, un Pastor dispuesto a dar la vida por las ovejas. Y añadió que “quien sirve y da, parece un perdedor ante los ojos del mundo”. Pero en realidad, “precisamente perdiendo la vida, la encuentra – prosiguió diciendo Francisco – porque una vida que se despoja de sí misma, perdiéndose en el amor, imita a Cristo: vence la muerte y da vida al mundo. Quien sirve, salva. Al contrario, quien no vive para servir, no sirve para vivir”.

En su homilía Francisco destacó que el Evangelio nos recuerda precisamente esto, que “Dios ha amado tanto al mundo”, como dice Jesús. Y afirmó que se trata, verdaderamente, de un amor tan concreto, tan concreto que ha tomado sobre sí nuestra muerte. Y que para salvaros, nos ha alcanzado allí donde nosotros habíamos ido a parar, alejándonos de Dios dador de vida: en la muerte, en un sepulcro sin salida. Y añadió: “Es éste el abajamiento que el Hijo de Dios ha  realizado, inclinándose como un siervo hacia nosotros para asumir todo lo que es nuestro, hasta abrirnos de par en par las puertas de la vida”.

Después de recordar que en el Evangelio Cristo se compara con la “serpiente elevada”, imagen que remite al episodio de las serpientes venenosas que en el desierto atacaban al pueblo en camino; el Santo Padre prosiguió destacando que los israelitas mordidos por la serpiente no morían si miraban a la serpiente de bronce que Moisés, por orden de Dios, había colocado sobre un asta. De modo que una serpiente salvaba de las serpientes. A lo que Francisco añadió: “La misma lógica está presente en la cruz, a la que Cristo se refiere hablando con Nicodemo. Su muerte nos salva de nuestra muerte”.

Y al destacar que en el desierto las serpientes procuraban una muerte dolorosa, precedida por el miedo y causada por las dentelladas venenosas, Francisco agregó que también ante nuestros ojos la muerte se presenta oscura y angustiante. “Así como la experimentamos – dijo recordando cuanto se lee en la Escritura –  ha entrado en el mundo por envidia del diablo. Pero Jesús no ha escapado de ella, sino que la ha tomado plenamente sobre sí, con todas sus contradicciones. Mientras ahora nosotros – prosiguió – “mirándolo a Él, creyendo en Él, somos salvados por Él”.

“Este estilo de Dios, que nos salva sirviéndonos y anonadándose, tiene mucho que enseñarnos. Nosotros esperaríamos una victoria divina triunfante; Jesús, en cambio, nos muestra una victoria humildísima. Levantado sobre la cruz, deja que el mal y la muerte se vuelquen contra Él, mientras sigue amando. Para nosotros es difícil aceptar esta realidad”.

El Papa Francisco concluyó su homilía destacando que se trata de un misterio, de esta extraordinaria humildad, cuyo secreto está en la fuerza del amor. Por esta razón – añadió – en la Pascua de Jesús vemos junto a la muerte su remedio, lo cual es posible gracias al gran amor con que Dios nos ha amado, gracias al amor humilde que se abaja para el servicio que sabe asumir la condición del siervo.
“Mientras ofrecemos esta Misa por nuestros queridos hermanos Cardenales y Obispos – dijo el Papa Francisco al concluir su homilía – pedimos para nosotros aquello a lo que nos exhorta el apóstol Pablo, a saber: dirigir el pensamiento a las cosas de allá arriba, no a las de la tierra; al amor de Dios y al prójimo, más que a nuestras necesidades”.

“Que sea suficiente para nuestra vida la Pascua del Señor, para estar libres de los afanes de las cosas +efímeras, que pasan y se desvanecen en la nada. Que nos baste Él, en quien están la vida, la salvación, la resurrección y la alegría. Entonces seremos siervos según su corazón: no funcionarios que prestan servicio, sino hijos que dan la vida por el mundo”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).



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