“Hoy recordamos a los hermanos Cardenales
y Obispos fallecidos en el curso de este año. En esta
tierra han amado a la
Iglesia, su esposa, y nosotros rezamos para que en Dios puedan gozar de la
alegría plena, en la comunión de los santos”.
Con estas palabras el Papa Francisco comenzó su homilía de la Santa
Misa celebrada, el primer martes de noviembre en la Basílica
Vaticana, que como todos los años se lleva a cabo en sufragio de los Cardenales y Obispos fallecidos durante los últimos doce meses.
El Obispo de Roma invitó a repensar “con gratitud también en la vocación de estos
Ministros sagrados, tal como lo indica la misma palabra que hace referencia –
dijo – a la acción de administrar, es decir servir. Y añadió que mientras
pedimos para ellos el premio prometido a los “siervos buenos y fieles”, estamos
llamados a renovar la elección de servir en la Iglesia:
“Nos lo pide el Señor, quien como un
siervo lavó los pies a sus discípulos más estrechos, para que como hizo Él lo
hagamos también nosotros”. Dios – dijo el Papa Bergoglio – fue el primero que nos ha servido. El ministro Jesús, venido
para servir y no para ser servido, no puede dejar de ser, a su vez, un Pastor
dispuesto a dar la vida por las ovejas. Y añadió que “quien sirve y da, parece
un perdedor ante los ojos del mundo”. Pero en realidad, “precisamente perdiendo
la vida, la encuentra – prosiguió diciendo Francisco – porque una vida que se
despoja de sí misma, perdiéndose en el amor, imita a Cristo: vence la muerte y
da vida al mundo. Quien sirve, salva. Al contrario, quien no vive para servir,
no sirve para vivir”.
En su homilía Francisco destacó que el
Evangelio nos recuerda precisamente esto, que “Dios ha amado tanto al mundo”,
como dice Jesús. Y afirmó que se trata, verdaderamente, de un amor tan concreto,
tan concreto que ha tomado sobre sí nuestra muerte. Y que para salvaros, nos ha
alcanzado allí donde nosotros habíamos ido a parar, alejándonos de Dios dador
de vida: en la muerte, en un sepulcro sin salida. Y añadió: “Es éste el
abajamiento que el Hijo de Dios ha realizado, inclinándose como un siervo
hacia nosotros para asumir todo lo que es nuestro, hasta abrirnos de par en par
las puertas de la vida”.
Después de recordar que en el Evangelio
Cristo se compara con la “serpiente elevada”, imagen que remite al episodio de
las serpientes venenosas que en el desierto atacaban al pueblo en camino; el
Santo Padre prosiguió destacando que los israelitas mordidos por la serpiente
no morían si miraban a la serpiente de bronce que Moisés, por orden de Dios,
había colocado sobre un asta. De modo que una serpiente salvaba de las
serpientes. A lo que Francisco añadió: “La misma lógica está presente en la
cruz, a la que Cristo se refiere hablando con Nicodemo. Su muerte nos salva de
nuestra muerte”.
Y al destacar que en el desierto las
serpientes procuraban una muerte dolorosa, precedida por el miedo y causada por
las dentelladas venenosas, Francisco agregó que también ante nuestros ojos la
muerte se presenta oscura y angustiante. “Así como la experimentamos – dijo
recordando cuanto se lee en la Escritura – ha entrado en el mundo por envidia del diablo. Pero Jesús no ha
escapado de ella, sino que la ha tomado plenamente sobre sí, con todas sus
contradicciones. Mientras ahora nosotros – prosiguió – “mirándolo a Él,
creyendo en Él, somos salvados por Él”.
“Este estilo de Dios, que nos salva
sirviéndonos y anonadándose, tiene mucho que enseñarnos. Nosotros esperaríamos
una victoria divina triunfante; Jesús, en cambio, nos muestra una victoria
humildísima. Levantado sobre la cruz, deja que el mal y la muerte se vuelquen
contra Él, mientras sigue amando. Para nosotros es difícil aceptar esta
realidad”.
El Papa Francisco concluyó su homilía
destacando que se trata de un misterio, de esta extraordinaria humildad, cuyo
secreto está en la fuerza del amor. Por esta razón – añadió – en la Pascua de Jesús
vemos junto a la muerte su remedio, lo cual es posible gracias al gran amor con
que Dios nos ha amado, gracias al amor humilde que se abaja para el servicio
que sabe asumir la condición del siervo.
“Mientras ofrecemos esta Misa por nuestros
queridos hermanos Cardenales y Obispos – dijo el Papa Francisco al concluir su
homilía – pedimos para nosotros aquello a lo que nos exhorta el apóstol Pablo,
a saber: dirigir el pensamiento a las cosas de allá arriba, no a las de la
tierra; al amor de Dios y al prójimo, más que a nuestras necesidades”.
“Que sea suficiente para nuestra vida la
Pascua del Señor, para estar libres de los afanes de las cosas +efímeras, que
pasan y se desvanecen en la nada. Que nos baste Él, en quien están la vida, la
salvación, la resurrección y la alegría. Entonces seremos siervos según su
corazón: no funcionarios que prestan servicio, sino hijos que dan la vida por
el mundo”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
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