Queridos amigos:
Les agradezco su presencia esta mañana y la oportunidad de compartir con
ustedes estos momentos de reflexión. Deseo dar las gracias, de modo particular,
a Monseñor Kairo, Arzobispo de Wabukala, y al profesor El-Busaidy por las
palabras de bienvenida que me han dirigido en nombre de ustedes y de sus
respectivas comunidades. Siempre que visito a los fieles católicos de una
Iglesia local considero importante el podeer reunirme con los líderes de otras
comunidades cristianas y tradiciones religiosas. Espero que este tiempo que
pasamos juntos sea un signo de la estima que la Iglesia tiene por los
seguidores de todas las religiones y afiance los lazos de amistad que ya nos
unen.
En realidad, nuestra relación nos impone desafíos e interrogantes. Sin
embargo, el diálogo ecuménico e interreligioso no es un lujo. No es algo
añadido u opcional sino fundamental; algo que nuestro mundo, herido por
conflictos y divisiones, necesita cada vez más.
En efecto, nuestras creencias y prácticas religiosas influyen en nuestro
modo de entender nuestro propio ser y el mundo que nos rodea. Son para nosotros
una fuente de iluminación, sabiduría y solidaridad, que enriquece a las
sociedades en las que vivimos. Cuidando el crecimiento espiritual de nuestras
comunidades, mediante la formación de la inteligencia y el corazón en las
verdades y en los valores que nuestras tradiciones religiosas custodian, nos
convertimos en una bendición para las comunidades en las que viven nuestros
pueblos. En las sociedades democráticas y pluralistas como la keniata, la
cooperación entre los líderes religiosos y sus comunidades se convierte en un
importante servicio al bien común.
Desde esta perspectiva, y en un mundo cada vez más interdependiente,
vemos siempre con mayor claridad la necesidad de una mutua comprensión
interreligiosa, de amistad y colaboración para la defensa de la dignidad
otorgada por Dios a cada persona y a cada pueblo, y el derecho que tienen de
vivir en libertad y felicidad. Al promover el respeto de esa dignidad y de esos
derechos, las religiones juegan un papel esencial en la formación de las
conciencias, infundiendo en los jóvenes los profundos valores espirituales de
nuestras respectivas tradiciones, preparando buenos ciudadanos, capaces de
impregnar la sociedad civil de honradez, integridad y una visión del mundo que
valore a la persona humana por encima del poder y del beneficio material.
Pienso aquí en la importancia de nuestra común convicción, según la cual el
Dios a quien buscamos servir es un Dios de la paz. Su santo Nombre no
debe ser usado jamás para justificar el odio y la violencia. Sé que está aún
vivo en sus mentes el recuerdo de los bárbaros ataques al Westgate Mall, al
Garissa University College y a Mandera. Con demasiada frecuencia, se radicaliza
a los jóvenes en nombre de la religión para sembrar la discordia y el miedo, y
para desgarrar el tejido de nuestras sociedades. Es muy importante que se nos
reconozca como profetas de paz, constructores de paz que invitan a otros a
vivir en paz, armonía y respeto mutuo. Que el Todopoderoso toque el corazón de
los que cometen esta violencia y conceda su paz a nuestras familias y a
nuestras comunidades.
Queridos amigos, este año se celebra el quincuagésimo aniversario de la
clausura del Concilio Vaticano II, en el que la Iglesia católica se ha
comprometido con el diálogo ecuménico e interreligioso al servicio de la
comprensión y la amistad. Deseo reafirmar este compromiso, que brota de nuestra
convicción en la universalidad del amor de Dios y en la salvación que Él ofrece
a todos. El mundo espera justamente que los creyentes trabajen junto con las
personas de buena voluntad, para afrontar los numerosos problemas que afectan a
la familia humana. Mirando hacia el futuro, imploremos que todos los hombres y
las mujeres se consideren hermanos y hermanas, pacíficamente unidos en y a
través de sus diferencias. Recemos por la paz.
Les agradezco su atención y suplico a Dios Todopoderoso que les conceda a
ustedes y a sus comunidades la abundancia de sus bendiciones.
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