El hombre cae y se equivoca y la Iglesia debe buscarlo,
acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas se
traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en
barrera”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía de la Misa de Apertura de la
XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.
Con
la celebración Eucarística presidida por el Santo Padre en la Basílica de San
Pedro, el primer domingo de octubre, se dio inicio al Sínodo de los Obispos
sobre “La vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo
contemporáneo”. En su homilía, el Obispo de Roma comentando los textos bíblicos
que la liturgia presenta este XXVII domingo del Tiempo Ordinario, señaló que
“dichas lecturas se centran en tres aspectos: el drama de la soledad, el amor
entre el hombre y la mujer, y la familia”.
La soledad
Refiriéndose al drama de la soledad, el
Pontífice recordó el dominio que ejercía Adán sobre las demás creaturas, “esto
demuestra su indiscutible e incomparable superioridad, dijo el Papa, pero aun
así se sentía solo y experimentaba la soledad”. Este drama de la soledad,
afirmó el Santo Padre, aún aflige a muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo,
“ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios hijos; en
los viudos y viudas; en los emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra
y la persecución; y en tantos jóvenes víctimas de la cultura del consumo, del
usar y tirar, y de la cultura del descarte”. Hoy se vive la paradoja de un
mundo globalizado en el que vemos tantas casas de lujo y edificios de gran
altura, pero cada vez menos calor de hogar y de familia; cada vez más un
profundo vacío en el corazón; puntualizó el Papa, muchos placeres, pero poco
amor; tanta libertad, pero poca autonomía. Hoy vivimos en cierto sentido –
agregó – la misma experiencia de Adán: tanto poder acompañado de tanta soledad
y vulnerabilidad; y la familia es su imagen.
El amor entre el hombre y la mujer
Hablando del amor entre el hombre y la mujer,
el Sucesor de Pedro recordó que el corazón de Dios se entristeció al ver la
soledad de Adán y dijo: «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle
alguien como él que le ayude» (Gn 2,18). “Estas palabras muestran que nada hace
más feliz al hombre que un corazón que se asemeje a él, precisó el Papa, que le
corresponda, que lo ame y que acabe con la soledad y el sentirse solo”. Esto
nos hace ver agregó el Vicario de Cristo, “que Dios no ha creado el ser humano
para vivir en la tristeza o para estar solo, sino para la felicidad, para
compartir su camino con otra persona que es su complemento; para vivir la
extraordinaria experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y para ver
su amor fecundo en los hijos”. Este es el sueño de Dios para su criatura
predilecta: verla realizada en la unión de amor entre hombre y mujer; feliz en
el camino común, fecunda en la donación recíproca.
La familia
Finalmente, reflexionando sobre la familia el
Papa Francisco invitó a los creyentes a superar toda forma de individualismo y
de legalismo, que esconde un mezquino egoísmo y el miedo de aceptar el
significado auténtico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de
Dios. “Para Dios, el matrimonio no es una utopía de adolescente, dijo el Papa,
sino un sueño sin el cual su creatura estará destinada a la soledad”.
Paradójicamente, señaló el Santo Padre, el hombre de hoy permanece atraído y
fascinado por todo amor autentico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo,
por todo amor fiel y perpetuo. Lo vemos ir tras los amores temporales, pero sueña
el amor autentico; corre tras los placeres de la carne, pero desea la entrega
total. En este contexto social y matrimonial bastante difícil, puntualizó el
Pontífice, la Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad, en la
verdad y en la caridad.
Una
Iglesia que educa al amor autentico, capaz de alejar de la soledad, sin olvidar
su misión de buen samaritano de la humanidad herida. Recordando a su predecesor
san Juan Pablo II, el Papa dijo: «El error y el mal deben ser condenados y
combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser
comprendido y amado […] Nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar al hombre
de nuestro tiempo». Y la Iglesia debe buscarlo, acogerlo y acompañarlo, porque
una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y
en vez de ser puente se convierte en barrera.
(Renato
Martinez - Radio Vaticano)
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