Las tradiciones evangélicas subrayan una y otra
vez que la actuación de Jesús está siempre inspirada, motivada e impulsada por
la misericordia hacia todo ser humano. Es la misericordia lo que
explica y define su manera de ser y de actuar. El verbo que
emplean de ordinario los evangelistas (splanchnizomai)
sugiere que el sufrimiento de las gentes conmueve sus entrañas, penetra hasta
el fondo de su ser y se convierte en su principio de acción.
Lo importante es captar que esta misericordiano es un sentimiento más, sino la reacción básica de Jesús que
dirige y configura toda su actuación. No viene motivada por interés
alguno. Es amor gratuito que brota en Jesús desde el misterio insondable de
Dios. Desde esta misericordia se entiende toda su acción salvadora.
Los evangelios destacan de manera especial la
dedicación de Jesús a curar la vida enferma de las
gentes erradicando o aliviando su sufrimiento. Nada ni nadie
podrá detener su libertad para actuar con misericordia, ni siquiera la ley sagrada
del descanso sabático: "El precepto del sábado ha sido instituido para el
ser humano y no el ser humano para el sábado" (Marcos 2, 27).
Además, los evangelios destacan la
actuación escandalosa de Jesús ofreciendo el perdón de Dios de manera gratuita a
los "pecadores". Nada ni nadie podrá detenerle, ni el rechazo ni los
insultos. Jesús explicará así su actuación: "No necesitan de médico los
sanos sino los que están mal, no he venido a llamar a justos sino a
pecadores" (Marcos 2,15).
Lo que resultaba especialmente escandaloso era
su costumbre de sentarse a la mesa con pecadores y gentes que, por diversas
razones, los sectores más observantes consideraban excluidos de la Alianza y,
por tanto, apartados de la convivencia (banquetes, bodas, sábado...). Jesús se
acerca a comer con ellos, no como un maestro de la ley, preocupado de examinar
su vida moral, sino como profeta de la misericordia que les ofrece su amistad y
comunión.
El significado profundo de estas comidas
con pecadores consiste en que Jesús crea comunidad con ellos ante Dios. Comparte el mismo pan y el mismo vino;
pronuncia con ellos la "bendición a Dios" y celebra anticipadamente
el banquete final que el Padre está ya preparando para sus hijos e hijas. Su
gesto de misericordia les anuncia la Buena Noticia de Dios: "Esta
discriminación que estáis sufriendo no refleja el misterio último de Dios.
También para vosotros el Padre es misericordia y perdón".
La mesa de Jesús es una mesa abierta para todos. No es la "mesa santa" de los fariseos, ni la "mesa
pura" de los miembros de la comunidad de Qumrán. Es la mesa
acogedora de Dios. Con su actuación misericordiosa, Jesús no justifica la
corrupción de los publicanos ni la vida de las prostitutas. Sencillamente,
rompe el círculo diabólico de la discriminación y abre un espacio nuevo donde
todos son acogidos e invitados al encuentro con el Padre de la misericordia.
Jesús pone a todos, justos y pecadores, ante el misterio insondable del perdón
de Dios. Para él, ya no hay justos con derechos y pecadores sin derechos. A
todos se les ofrece la misericordia. Solo quedan excluidos los que no la
acogen.
La Iglesia lleva muchos siglos sin
escuchar en toda su radicalidad la llamada de Jesús: "Sed misericordiosos como vuestro Padre
es misericordioso" (Lucas 6,36). Jesús no tiene nada mejor que ofrecer a
sus seguidores, como motivación e impulso de la misericordia, que a su Padre
Bueno: "Reproducid en la tierra la misericordia de vuestro Padre del
cielo". La misericordia no es una ley más. Es la gran herencia de Jesús.
Por eso, todo aquello que impide, oscurece o dificulta captar el misterio de
Dios como misericordia, perdón o alivio del sufrimiento, ha de desaparecer de
su Iglesia pues no encierra la Buena Noticia de Dios proclamada por Jesús.
Sus seguidores hemos de trabajar hoy para que su
Iglesia sea, cada vez más, un espacio sensible y comprometido
ante todas las heridas físicas, morales y espirituales de los hombres y mujeres
de hoy. ¿No ha llegado el momento de revisar la disciplina eclesiástica
y el contenido del Derecho Canónico (sanciones, castigos de los delitos, penas,
procesos, tribunales...), tan ajeno a veces al espíritu de Jesús y tan
condicionado por doctrinas inspiradas en el derecho romano más que en el
Evangelio?
En este contexto, no es un hecho de importancia
menor la decisión que se tome en el próximo Sínodo sobre el acceso o no a la comunión sacramental, de los matrimonios en
situación irregular (divorciados vueltos a casar). Será signo
de que la Iglesia se decide a seguir a Jesús por los caminos de la
misericordia, o que todavía no se siente con fuerzas para liberarse de ataduras
que le están impidiendo anunciar con la audacia y radicalidad de Jesús la
misericordia de Dios hacia todo ser humano.
Los sectores fariseos, al ver que Jesús admitía
a todos a su propia mesa, lo acusaron de "amigo de pecadores". Jesús nunca se defendió de esta acusación ni la desmintió pues
era cierto que se sentía su amigo. Es triste observar cómo, después de veinte
siglos, toman fuerza en la Iglesia algunas corrientes de resistencia al papa
Francisco, en cuyo trasfondo parece que subyace la misma preocupación pues, en
definitiva, le están pidiendo que no caiga en la tentación de ser tan amigo de
pecadores. No logro entender su escándalo. ¿A quién excluiría hoy Jesús de la
comunión eucarística? Cuanto más contemplo al profeta de la misericordia y
trato de interiorizar su Espíritu, más me reafirmo en la convicción de que solo
la misericordia puede hacer a la Iglesia de hoy más humana y más creíble.
Francisco, ¡Que Dios te bendiga!
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