jueves, 8 de octubre de 2015

Con la impronta apostólica de Francisco. Sínodo de la Familia, un aguijón en el corazón de la Iglesia


 Ha comenzado solemnemente la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que aborda "La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo". En tres semanas de trabajo los padres sinodales deberán intentar responder a las expectativas de las familias del mundo, pero también tendrán la compleja tarea de conducir a la Iglesia por los caminos del futuro, ayudándola a recuperar ese lugar privilegiado de ser un referente moral en la conciencia de los fieles.
Este sínodo lleva la impronta apostólica de Francisco, el papa de la misericordia, quien ha puesto a la Iglesia en sintonía con el mundo, al renovar la imagen institucional y posicionarla en un sitial de reconocimiento universal impensado, como no la había tenido en los últimos 50 años. Precisamente, el servicio innegable de Francisco ha sido re-conciliar a la Iglesia con los destinarios de su misión, eslabón fundamental para emprender con eficacia aquella anhelada Nueva Evangelización; nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión.
Hoy como nunca, Francisco ha puesto a la Iglesia en la senda del futuro, gracias a sus gestos y actitudes que han traído de vuelta a la esperanza del Evangelio, a una multitud de hombres y mujeres de todos los rincones del mundo. Un hombre, auténticamente cristificado, ha sentado las bases de aquel esperado aggiornamento conciliar. Los frutos de sus viajes apostólicos están a la vista y revelan cómo bajo las cenizas está el fuego del Evangelio, que enciende con fuerza con solo volver a contemplar los gestos y las sencillas enseñanzas de Jesús.
La Iglesia ha cambiado indudablemente, en muy poco tiempo. Basta imaginar cuán lejano resulta hoy el recuerdo de aquella febril hostilidad eclesial contra un mundo que, tantas veces demonizado por un magisterio y una doctrina implacable, se había vuelto impermeable al Evangelio. Atrás quedan, como vetustas reminiscencias, los estertores de una cristiandad, de días en que la "dictadura del relativismo" movilizaba las energías pastorales. La esterilidad evangélica de aquella antigua evangelización es evidente, de ahí la necesidad imperiosa de renovarla.
Como en los tiempos de Jesús, queda la certeza que no son las inamovibles seguridades doctrinales las que con-mueven los corazones humanos, sino los gestos y actitudes que, acompañados de misericordia, congregan, incluyen e invitan a experimentar la consoladora y tierna alegría del Evangelio. No son la rigidez de las leyes implacables las que doblegan la conducta humana, sino la solidaria andadura de quienes se aventuran por las fronteras de las más diversas realidades, testimoniando cercanía y calidez fraterna, hasta desencadenar humildemente esa respuesta kerygmática que lleva a reconocer sin palabras: "creo en tú Dios compasivo", porque ese otro dios severo de los jueces nunca fue aceptado.
En este sentido, el Sínodo de la Familia, que ha sido precedido de fuertes presiones y pudorosas estrategias, destinadas a boicotear los anhelos reformistas del papa, enfrenta una disyuntiva fundamental para el futuro de la Iglesia: seguir siendo una comunidad de creyentes sumisos, sin ninguna repercusión social, con el riesgo de convertirse en un ghetto, o bien, asumir con parresía apostólica la transformación social y cultural del mundo y encarnarse en esa realidad desafiante, con el Evangelio de siempre y con respeto a la conciencia de las personas, siguiendo el ejemplo de Jesucristo que se dejó conmover por los sufrimientos humanos y que aceptó la cruz, que le impusieron los rigoristas de siempre, para ponerse definitivamente del lado de los marginados de la historia.
Siendo la Eucaristía el misterio central de la fe, el acceso a la comunión sacramental es la medida de la coherencia evangélica que pueda expresar la Iglesia de cara a la sociedad y al futuro. Es también la vara conque el mundo juzgará a este Sínodo, respecto de su disposición para acompañar al papa Francisco en su afán de lanzar a la Iglesia hacia adelante con una verdadera Nueva Evangelización.
(Marco A. Velásquez).


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