Le
agradezco mucho la bienvenida que me ha dispensado en nombre de todos los
ciudadanos estadounidenses. Como hijo de una familia de inmigrantes, me alegra
estar en este país, que ha sido construido en gran parte por tales familias. En
estos días de encuentro y de diálogo, me gustaría escuchar y compartir muchas
de las esperanzas y sueños del pueblo norteamericano.
Durante mi visita, voy a tener el honor de dirigirme al Congreso, donde
espero, como un hermano de este País, transmitir palabras de aliento a los
encargados de dirigir el futuro político de la Nación en fidelidad a sus
principios fundacionales. También iré a Filadelfia con ocasión del Octavo
Encuentro Mundial de las Familias, para celebrar y apoyar a la institución del
matrimonio y de la familia en este momento crítico de la historia de nuestra
civilización.
Señor Presidente, los católicos estadounidenses, junto con sus
conciudadanos, están comprometidos con la construcción de una sociedad
verdaderamente tolerante e incluyente, en la que se salvaguarden los derechos
de las personas y las comunidades, y se rechaze toda forma de discriminación
injusta.
Como a muchas otras personas de buena voluntad, les preocupa también
que los esfuerzos por construir una sociedad justa y sabiamente ordenada respeten
sus más profundas inquietudes y su derecho a la libertad religiosa. Libertad,
que sigue siendo una de las riquezas más preciadas de este País. Y, como han
recordado mis hermanos Obispos de Estados Unidos, todos estamos llamados a
estar vigilantes, como buenos ciudadanos, para preservar y defender esa
libertad de todo lo que pudiera ponerla en peligro o comprometerla.
Señor Presidente, me complace que usted haya propuesto una iniciativa para
reducir la contaminación atmosférica. Reconociendo la urgencia, también a mí me
parece evidente que el cambio climático es un problema que no se puede dejar a
la próxima generación. Con respecto al cuidado de nuestra «casa común», estamos
viviendo en un momento crítico de la historia. Todavía tenemos tiempo para
hacer los cambios necesarios para lograr «un desarrollo sostenible e integral,
pues sabemos que las cosas pueden cambiar» (Laudato si’, 13). Estos cambios
exigen que tomemos conciencia seria y responsablemente, no sólo del tipo de
mundo que podríamos estar dejando a nuestros hijos, sino también de los
millones de personas que viven bajo un sistema que les ha ignorado. Nuestra
casa común ha formado parte de este grupo de excluidos, que clama al cielo y
afecta fuertemente a nuestros hogares, nuestras ciudades y nuestras sociedades.
Usando una frase significativa del reverendo Martin Luther King, podríamos
decir que hemos incumplido un pagaré y ahora es el momento de saldarlo.
La fe
nos dice que «el Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su
proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee
la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» (Laudato si', 13).
Como cristianos movidos por esta certeza, queremos comprometernos con el
cuidado consciente y responsable de nuestra casa común.
Los esfuerzos realizados recientemente para reparar relaciones rotas y
abrir nuevas puertas a la cooperación dentro de nuestra familia humana
constituyen pasos positivos en el camino de la reconciliación, la justicia y la
libertad. Me gustaría que todos los hombres y mujeres de buena voluntad de esta
gran Nación apoyaran las iniciativas de la comunidad internacional para
proteger a los más vulnerables de nuestro mundo y para suscitar modelos
integrales e inclusivos de desarrollo, para que nuestros hermanos y hermanas en
todas partes gocen de la bendición de la paz y la prosperidad que Dios quiere
para todos sus hijos.
Señor Presidente, una vez más, le agradezco su acogida, y tengo puestas
grandes esperanzas en estos días en su País. ¡Que Dios bendiga a América!
(from Vatican Radio)
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