Detenido en 1975 por su condición de
obispo y encarcelado durante 13 años en las cárceles del Vietcong, nueve de
ellos en completo aislamiento, en el año 2000 Juan Pablo II encarga a monseñor
Van Thuan impartir los ejercicios espirituales de Cuaresma ante la curia
vaticana.
Al
comienzo de los mismos, monseñor Van Thuan relata cómo a pesar de las duras
condiciones de su prisión, su esperanza inquebrantable en Jesús despierta la
admiración e incomprensión de sus compañeros de prisión y guardianes. He aquí
el admirable testimonio que dio sobre su seguimiento a Jesús.
En la cruz, durante su
agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas con tu Reino» (Lc 23, 42). Si hubiera sido yo, le habría
contestado: «No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al
menos, con 20 años de purgatorio». Sin embargo Jesús le responde: «Te aseguro
que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Él olvida todos los pecados
de aquel hombre.
Algo análogo sucede
con la pecadora que derramó perfume en sus pies: Jesús no le pregunta nada
sobre su pasado escandaloso, sino que dice simplemente: «Quedan perdonados sus
muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor» (Lc 7, 47).
La parábola del hijo
pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón
lo que dirá: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado
hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15, 1819). Pero cuando el
padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo
abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos,
que están desconcertados: «Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo
en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y
comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto
a la vida; se había perdido y ha sido hallado» (Lc 15, 22-24).
Jesús no tiene una
memoria como la mía; no sólo perdona, y perdona a todos, sino que incluso
olvida que ha perdonado.
Fuente: Catholic.net
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