Una referencia que ayuda a saber si uno está donde Dios quiere o
quizá se busca a sí mismo, es si ante la pregunta: “¿Por qué haces los que
haces y estás donde estás?”, puede responder “Porque me han llamado”, o “Porque
me han enviado”, a la manera del profeta Samuel: “Aquí estoy porque me has
llamado”.
Todos
los textos de este domingo coinciden en la esencia del discipulado, que
consiste en saberse llamado y enviado, y no hacer otra cosa que obedecer,
incluso a pesar de la posible conciencia de limitación, como le sucedió al
profeta Amós: -«No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de
higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: "Ve y profetiza a mi
pueblo de Israel."» (Am 7, 14).
San
Pablo lo afirma con total claridad cuando dice la razón de su identidad y de su
ministerio: “Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha
destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos”
(Ef 1, 4-5).
El
Evangelio señala explícitamente la doble dimensión identificativa, la llamada y
el envío. “Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles
autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino
un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que
llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto” (Mc 6, 7-8).
Si
nos detenemos un poco más en el texto evangélico, descubrimos de qué manera
debemos realizar la misión recibida. Jesús recomienda a sus discípulos que
lleven bastón. Se puede interpretar que los envía sabiendo que pueden necesitar
apoyo porque el camino sea largo o empinado. El cayado es símbolo de
peregrinación, y sirve también de defensa, pero es posible intuir el apoyo
mejor, en el que debe sostenerse todo discípulo: la Cruz de Cristo.
El
maestro parece severo al marcar las condiciones en que deben ir los discípulos:
sin alforja, ni dinero, ni pan. Habría que interpretar este requerimiento a la
luz de otros textos, y bien se puede entender que la aparente exigencia es
confesión de lo que el mismo Jesús será para los suyos, el verdadero tesoro y
el verdadero Pan de Vida.
En
contraste con el Evangelio de san Mateo, el texto de san Marcos permite que los
discípulos vayan calzados, aunque sin túnica de repuesto. Las sandalias fueron
distintivo de la providencia generosa de la que gozó el pueblo de Israel
durante la travesía del desierto. Los israelitas guardan en su memoria lo que
les dijo el Señor: “Durante cuarenta años os he hecho caminar por el desierto,
sin que se hayan gastado los vestidos sobre vosotros ni las sandalias en
vuestros pies” (Dt 29,5). Con ello, al discípulo se le pide mantener la
confianza en la provisión divina.
Sin
duda que Jesús no va a exigir más de lo que los suyos puedan dar, por el
contrario, el Señor se anticipa en regalar con creces aquello que después nos
puede pedir.
Ángel Moreno de Buenafuente.
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