«¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días! Y ¡Buen domingo!
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, que nos
recuerda el misterio del único Dios en tres Personas: el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. La Trinidad es comunión de Personas divinas, las cuales son una
con la otra, una para la otra y una en la otra: esta comunión es la vida de
Dios, el misterio de amor del Dios Vivo. Y Jesús nos ha enseñado este misterio.
Él nos ha hablado de Dios como Padre; nos ha hablado del Espíritu; y nos ha hablado
de Sí mismo como Hijo de Dios. Y así nos ha revelado este misterio. Y
cuando, resucitado, ha enviado a los discípulos a evangelizar a todos los
pueblos les dijo que los bautizaran «en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo» (Mt 28,19)
Este mandato, Cristo lo encomienda en todo tiempo a la
Iglesia, que ha heredado de los Apóstoles el mandato misionero. Lo dirige
también a cada uno de nosotros, que, gracias al Bautismo, formamos parte de su
Comunidad.
Por lo tanto, la solemnidad litúrgica de hoy, al tiempo
que nos hace contemplar el misterio estupendo - del cual provenimos y hacia el
cual vamos - nos renueva la misión de vivir la comunión con Dios y vivir la
comunión entre nosotros, sobre el modelo de esa comunión de Dios. No estamos
llamados a vivir ‘los unos sin los otros, encima o contra los otros’, sino ‘los
unos con los otros, por los otros y en los otros’. Ello significa acoger y
testimoniar concordes la belleza del Evangelio; vivir el amor recíproco y hacia
todos, compartiendo alegrías y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el
perdón, valorizando los diversos carismas, bajo la guía de los Pastores. En una
palabra, se nos encomienda la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean
cada vez más familia, capaces de reflejar el esplendor de la Trinidad y de
evangelizar, no sólo con las palabras, sino con la fuerza del amor de Dios, que
habita en nosotros.
La Trinidad, como había empezado a decir, es también el
fin último hacia el cual está orientada nuestra peregrinación terrenal. El
camino de la vida cristiana es, en efecto, un camino esencialmente
‘trinitario’: el Espíritu Santo nos guía al conocimiento pleno de las
enseñanzas de Cristo. Y también nos recuerda lo que Jesús nos ha enseñado. Su
Evangelio; y Jesús, a su vez, ha venido al mundo para hacernos conocer al
Padre, para guiarnos hacia Él, para reconciliarnos con Él. Todo, en la vida
cristiana, gira alrededor del misterio trinitario y se cumple en orden a este
misterio infinito. Intentemos pues, mantener siempre elevado el ‘tono’ de
nuestra vida, recordándonos para qué fin, para cuál gloria nosotros existimos,
trabajamos, luchamos, sufrimos. Y a cuál inmenso premio estamos llamados.
Este misterio abraza toda nuestra vida y todo nuestro ser
cristiano. Lo recordamos, por ejemplo, cada vez que hacemos la señal de la
cruz: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y ahora los invito a
hacer todos juntos – y con voz fuerte - la señal de la cruz ¡todos juntos! En
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
En este último día del mes de mayo, el mes mariano, nos
encomendamos a la Virgen María. Que Ella - que más que cualquier otra criatura,
ha conocido, adorado, amado el misterio de la Santísima Trinidad - nos guíe de
la mano; nos ayude a percibir, en los eventos del mundo, los signos de la
presencia de Dios, Padre Hijo y Espíritu Santo; nos obtenga amar al Señor Jesús
con todo el corazón, para caminar hacia la visión de la Trinidad, meta
maravillosa a la cual tiende nuestra vida. Le pedimos también que ayude a la Iglesia
a ser, misterio de comunión, a ser siempre una Iglesia comunidad hospitalaria,
donde toda persona, especialmente pobre y marginada, pueda encontrar acogida y
sentirse hija de Dios, querida y amada».
(Traducción del italiano: Cecilia de Malak)
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