En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se
arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida
eterna?»
Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que
Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no
robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu
madre.»
Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta:
anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro
en el cielo, y luego sígueme.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era
muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a
ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»
Los discípulos se extrañaron de estas palabras.
Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a
los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por
todo el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres,
no para Dios. Dios lo puede todo.»
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