El relato de Juan no puede ser más sugerente e interpelador. Sólo cuando
ven a Jesús resucitado en medio de ellos, el grupo de discípulos se transforma.
Recuperan la paz, desaparecen sus miedos, se llenan de una alegría desconocida,
notan el aliento de Jesús sobre ellos y abren las puertas porque se sienten
enviados a vivir la misma misión que él había recibido del Padre.
La crisis actual de la Iglesia, sus miedos y su falta de vigor espiritual
tienen su origen a un nivel profundo. Con frecuencia, la idea de la
resurrección de Jesús y de su presencia en medio de nosotros es más una
doctrina pensada y predicada, que una experiencia vivida.
Cristo resucitado está en el centro de la Iglesia, pero su presencia viva
no está arraigada en nosotros, no está incorporada a la sustancia de nuestras
comunidades, no nutre de ordinario nuestros proyectos. Tras veinte siglos de
cristianismo, Jesús no es conocido ni comprendido en su originalidad. No es
amado ni seguido como lo fue por sus discípulos y discípulas.
Se nota enseguida cuando un grupo o una comunidad cristiana se siente como
habitada por esa presencia invisible, pero real y activa de Cristo resucitado.
No se contentan con seguir rutinariamente las directrices que regulan la vida
eclesial. Poseen una sensibilidad especial para escuchar, buscar, recordar y
aplicar el Evangelio de Jesús. Son los espacios más sanos y vivos de la
Iglesia.
Nada ni nadie nos puede aportar hoy la fuerza, la alegría y la creatividad
que necesitamos para enfrentarnos a una crisis sin precedentes, como puede
hacerlo la presencia viva de Cristo resucitado. Privados de su vigor
espiritual, no saldremos de nuestra pasividad casi innata, continuaremos con
las puertas cerradas al mundo moderno, seguiremos haciendo «lo mandado», sin
alegría ni convicción. ¿Dónde encontraremos la fuerza que necesitamos para
recrear y reformar la Iglesia?
Hemos de reaccionar. Necesitamos de Jesús más que nunca. Necesitamos vivir
de su presencia viva, recordar en toda ocasión sus criterios y su Espíritu,
repensar constantemente su vida, dejarle ser el inspirador de nuestra acción.
Él nos puede transmitir más luz y más fuerza que nadie. Él está en medio de
nosotros comunicándonos su paz, su alegría y su Espíritu.
José Antonio Pagola
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