La
humillación por sí misma es masoquismo, mientras la padecida y soportada en
nombre del Evangelio te hace semejante a Jesús. Lo afirmó el Papa Francisco en
su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa
Marta, en que invitó a los cristianos a no cultivar jamás sentimientos de odio,
sino a tomarse el tiempo para descubrir dentro de sí sentimientos y actitudes
agradables a Dios: el amor y el diálogo.
Al
preguntarse si en una situación difícil, el hombre puede reaccionar según los
modos de Dios, el Papa Bergoglio afirmó que sí, y que se trata de una cuestión
de tiempo. El tiempo de dejarse permear por los sentimientos de Jesús.
Francisco explicó este concepto analizando el episodio contenido en la lectura
de los Hechos de los Apóstoles, a quienes se los somete a un juicio ante el
Sanedrín, por ser acusados de predicar aquel Evangelio que los doctores
de la ley no quieren oír.
No
dedicar tiempo al odio
Sin
embargo, un fariseo del Sanedrín, Gamaliel, de modo puro, sugiere que los dejen
actuar, porque – citando casos análogos del pasado – sostiene que si la
doctrina de los Apóstoles “fuera de origen humano, se aniquilaría”, mientras no
sucedería si viniera de Dios. El Sanedrín acepta la sugerencia, es decir
– subrayó el Papa – “toma tiempo”. No reacciona siguiendo el instintivo
sentimiento de odio. Y esto – añadió Francisco – es un “remedio” justo
para cada ser humano:
“Da
tiempo al tiempo. Esto nos sirve a nosotros, cuando tenemos malos pensamientos
contra los demás, malos sentimientos, cuando tenemos antipatía, odio, no los
dejes crecer, detenerse, dar tiempo al tiempo. El tiempo pone las cosas en
armonía y nos hace ver lo justo de las cosas. Pero si tú reaccionas en el
momento de la furia, seguramente serás injusto. Serás injusto. Y también te
hará mal a ti mismo. Éste es un consejo: el tiempo, el tiempo en el momento de
la tentación”.
Quien
se detiene da tiempo a Dios
Cuando
nosotros alimentamos un resentimiento – observó el Papa – es inevitable que
estalle. “Estalla en el insulto, en la guerra” – dijo – y “con estos malos
sentimientos contra los demás, luchamos contra Dios”, mientras “Dios ama a los
demás, ama la armonía, ama el amor, ama el diálogo, ama caminar juntos”.
También “a mí me sucede”, admitió el Santo Padre: “Cuando una cosa no gusta, el
primer sentimiento no es de Dios, es malo, siempre”. “Detengámonos en cambio –
exclamó – y demos espacio al Espíritu Santo”, para que “nos haga llegar a lo justo,
a la paz”. Como los Apóstoles, que son flagelados y dejan el Sanedrín
“contentos” de haber padecido “ultrajes por el nombre de Jesús”:
“El
orgullo de los primeros te lleva a querer matar a los demás, la humildad,
también la humillación, te lleva a asemejarte a Jesús. Y esto es algo que no
pensamos. En este momento en el que tantos hermanos y hermanas nuestros son
martirizados por el nombre de Jesús, ellos están en este estado, tienen en este
momento la alegría de haber sufrido ultrajes, incluso la muerte, por el nombre
de Jesús. Para huir del orgullo de los primeros, sólo existe el camino de abrir
el corazón a la humildad y a la humildad jamás se llega sin la humillación.
Esto es algo que no se entiende naturalmente. Es una gracia que debemos pedir”.
Los
mártires y los humildes se asemejan a Cristo
Hacia
el final de su homilía Francisco se refirió a la gracia de la “imitación de
Jesús”. Una imitación testimoniada no sólo por los mártires de hoy, sino
también por aquellos “tantos hombres y mujeres que padecen humillaciones cada
día y por el bien de su propia familia” y “cierran la boca, no hablan, soportan
por amor de Jesús”:
“Y
ésta es la santidad de la Iglesia, esta alegría que da la humillación, no
porque la humillación sea bella, no, eso sería masoquismo, no: porque con esa
humillación tú imitas a Jesús. Dos actitudes: el de la cerrazón que te lleva al
odio, a la ira, a querer matar a los demás y el de la apertura a Dios por el
camino de Jesús, que deja que las humillaciones te lleguen, incluso aquellas
fuertes, con esta alegría interior porque tienes la seguridad de estar en el
camino de Jesús”.
(María Fernanda Bernasconi -
RV).
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