El profeta Isaías nos recuerda que Dios no es
impasible ante el sufrimiento y la injusticia de los inocentes. Por eso su
Palabra, si nos abrimos a ella, tiene capacidad para espabilarnos el oído, avivar
sensibilidades y despertarnos a una nueva conciencia en la que, como dice el papa
Francisco, “los cristianos y cristianas corramos el riesgo del encuentro con el
otro, con su presencia física, que
siempre interpela, con su dolor y sus
reclamos, con su alegría, en un constante cuerpo a cuerpo (EG 88) y “prestemos
atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad (…) aunque eso
aparentemente no nos aporte beneficios (EG210).La novedad y la alegría del
Evangelio que encarna Jesús le lleva a vivir en compasión solidaria ante el
sufrimiento de la gente, especialmente con las personas y colectivos más
excluidos por la sociedad y el Templo.
Este modo de situarse de parte de los
pequeños, anunciando desde ahí la Buena Noticia de la misericordia del Abba y
la universalidad del reino “desde abajo”,
denuncia las dinámicas de poder, del
tener y del valer que el sistema neoliberal inocula en nosotros como un “veneno”.
Como cristianos y cristianas necesitamos identificar estas dinámicas porque
incluso “bajo capa de bien” pueden llevarnos a colocar en el centro de nuestra
vida no la persona, ni las necesidades de nuestros prójimos o prójimas, sino
nuestros intereses particulares, la propia seguridad, el dinero, la
competitividad, el “que dirán”, en definitiva el mantenimiento de nuestro
propio satus quo. Este estilo de vida nos hace cómplices del mal y la injusticia y genera víctimas (EG 53).
La Buena Noticia del Evangelio es que el
Dios de Jesús es servicio, gratuidad, donación, ternura y misericordia en acción para todos y todas desde los
últimos. Así, la novedad y la
alternativa que nos ofrece el Dios cristiano frente a otras religiones es la
del “abajamiento” y encarnación hasta el extremo:“actuando como un hombre cualquiera
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y muerte de cruz “. De este modo Jesús no exalta ni legitima ninguna cruz como “querida por Dios “, sino que la denuncia. Al “ponerse en su
lugar” anuncia que el sufrimiento nunca es la palabra “última” en la historia,
sino que el amor salva, libera, dota de sentido y plenitud la vida aun en las
circunstancias más adversas. El amor existe y es posible vivirlo hasta fin.
La libertad de Jesús para vivir amando
de esta manera no depende de las expectativas de los demás sobre Él. No se deja
“seducir” por el clamor del pueblo cuando le aclama triunfalmente a la entrada
en Jerusalén, ni tampoco la incomprensión y el abandono de los suyos le lleva a
renunciar a sus opciones. Su libertad no es una libertad que nace de “afuera a
adentro”, sino que está anclada en el corazón de Dios. Su libertad está
“amarrada” al sueño de Dios: que la ternura, la compasión solidaria, la
justicia alcancen a todas las criaturas y que se acabe para siempre el dolor y el llanto.
También hoy como ayer la Buena Noticia
de Jesús es una provocación a nuestras vidas. Sus preferencias pueden
escandalizarnos o la desinstalación a la que nos invita puede llevarnos a tomar
posturas defensivas y justificadoras. Pero también, aun sabiéndonos débiles y
pecadores, podemos quedar seducidos por su libertad y compasión hasta el
extremo, como le sucedió a aquella mujer que en una gesto de desmesura amorosa
le ungió con la gratuidad del perfume, o como aquellas otras que mas allá de lo
políticamente correcto se mantuvieron fieles hasta la cruz o como el acomodado
José de Arimatea a quien conocerle le cambió
la vida.
Artículo escrito por Pepa Torres en REVISTA HOMILÉTICA 2015
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