«Ofrecemos esta misa por nuestros veintiún hermanos coptos,
degollados por el solo motivo de ser cristianos». Lo dijo el Papa Francisco en
la celebración que presidió el martes 17 de febrero en la capilla de la Casa
Santa Marta. «Recemos por ellos —añadió—, que el Señor los acoja como mártires,
por sus familias, por mi hermano Tawadros que sufre mucho». Y precisamente con
el patriarca de la Iglesia ortodoxa copta, Tawadros II, el Papa habló
personalmente por teléfono el lunes por la tarde manifestándole su profunda
participación en el dolor por el cruel asesinato realizado por los
fundamentalistas islámicos. Y aseguró también su oración con ocasión de los
funerales.
Repitiendo las palabras de la
antífona de ingreso «Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú
que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame» (Salmo 31,
3-4), el Papa Francisco inició la homilía. El pasaje del Libro del Génesis
sobre el diluvio (6, 5-8; 7, 1-5.10), propuesto por la liturgia del día, «nos
hace pensar —dijo el Pontífice— en la capacidad de destrucción que tiene el
hombre: el hombre es capaz de destruir lo que ha hecho Dios» cuando «le parece
que es más poderoso que Dios». Y, así, «Dios puede hacer cosas buenas, pero el
hombre es capaz de destruirlas todas».
También «en la Biblia, en los
primeros capítulos, encontramos muchos ejemplos, desde el comienzo». Por
ejemplo, explicó el Papa Francisco, «el hombre llama el diluvio por su maldad:
es él quien lo llama». Además, «el hombre llama el fuego del cielo, en Sodoma y
Gomorra, por su maldad». Luego «el hombre crea la confusión, la división de la
humanidad —Babel, la Torre de Babel— por su maldad». En definitiva, «el hombre
es capaz de destruir, nosotros somos todos capaces de destruir». Nos lo
confirma, también en el Génesis, «una frase muy, muy aguda: “la maldad del
hombre crecía sobre la tierra y todos los pensamientos de su corazón —del
corazón de los hombres— tienden siempre y únicamente al mal, siempre”».
No es cuestión de ser demasiado negativos, destacó el Papa,
porque «esta es la verdad». A tal punto que «somos capaces de destruir incluso
la fraternidad», como lo demuestra la historia de «Caín y Abel en las primeras
páginas de la Biblia». Un episodio que, precisamente, «destruye la fraternidad,
es el inicio de las guerras: los celos, las envidias, tanta codicia de poder,
de tener más poder». Sí, afirmó el Papa Francisco, «esto parece negativo, pero
es realista». Por lo demás, añadió, basta con tomar un «periódico cualquiera»
para ver «que más del noventa por ciento de las noticias son noticias de
destrucción: ¡más del noventa por ciento! ¡Y esto lo vemos todos los días!».
Pero entonces, «¿qué sucede en
el corazón del hombre?», fue la pregunta fundamental propuesta por el Papa.
«Jesús, una vez, advirtió a sus discípulos que el mal no entra en el corazón
del hombre porque coma algo que no es puro, sino que sale del corazón». Y «del
corazón del hombre salen todas las maldades». En efecto, «nuestro corazón débil
está herido». Está «siempre ese deseo de autonomía» que lleva a decir: «Yo hago
lo que quiero y si tengo ganas de hacer esto, lo hago. Y si por esto quiero
declarar una guerra, la declaro. Y si por esto quiero destruir a mi familia, lo
hago. Y si para ello tengo que matar al vecino, lo hago». Pero precisamente
«estas son las noticias de cada día», destacó el Papa, observando que «los
periódicos no nos cuentan noticias de la vida de los santos».
Así, pues, continuó tratando la
cuestión central: «¿por qué somos así?». La respuesta es directa: «Porque
tenemos esta posibilidad de destrucción, este es el problema». Y actuando así,
luego, «en las guerras, en el tráfico de armas somos emprendedores de muerte».
Y «hay países que venden las armas a este que está en guerra con este, y las
venden también a este, para que así continúe la guerra». El problema es precisamente
la «capacidad de destrucción y esto no viene del vecino» sino «¡de nosotros!».
«Cada íntimo intento del
corazón no era otra cosa más que el mal» repitió una vez más el Papa Francisco.
Al recordar precisamente que «nosotros tenemos esta semilla dentro, esta
posibilidad». Pero «tenemos también al Espíritu Santo que nos salva». Se trata,
por ello, de elegir a partir de las «pequeñas cosas». Y, así, «cuando una mujer
va al mercado y encuentra a otra, comienza a hablar, a criticar a la vecina, a
la otra mujer de más allá: esa mujer mata, esa mujer es malvada». Y lo es «en
el mercado» pero también «en la parroquia, en las asociaciones: cuando hay
celos y envidias, van al párroco y le dicen: “esta no, este sí, este hace”».
También «esta es la maldad, la capacidad de destruir que todos nosotros
tenemos».
Es sobre este punto que «hoy la
Iglesia, a la puerta de la Cuaresma, nos hace reflexionar». La invitación del
Papa se orienta a preguntarnos la razón de ello, a partir del pasaje evangélico
de san Marcos (8, 14-21). «En el Evangelio Jesús riñe un poco a los discípulos
que discutían: “pero tú tenías que tomar el pan —¡No, tú!”». En definitiva los
doce «discutían como siempre, peleaban entre ellos». Y he aquí que Jesús les
dirige «una hermosa palabra: “Estad atentos, evitad la levadura de los fariseos
y de Herodes”». Así, «presenta sencillamente el ejemplo de dos personas:
Herodes es malo, asesino, y los fariseos hipócritas». Pero el Señor habla
también de «“levadura” y ellos no comprendían».
El hecho es que, como relata
san Marcos, los discípulos «hablaban de pan, de este pan, y Jesús les dice:
“pero esa levadura es peligrosa, lo que nosotros tenemos dentro y que nos
conduce a destruir. Estad atentos, prestad atención”». Luego «Jesús muestra la
otra puerta: “¿Tenéis el corazón endurecido? ¿No recordáis cuando distribuí los
cinco panes, la puerta de la salvación de Dios?». En efecto, «por este camino
de la discusión —dijo— jamás, jamás se hará algo bueno, siempre habrá
divisiones, destrucción». Y continuó: «Pensad en la salvación, en lo que
también Dios hizo por nosotros, y elegid bien». Pero los discípulos «no
entendían porque el corazón estaba endurecido por esta pasión, por esta maldad
de discutir entre ellos y ver quién era el culpable de ese despiste del pan».
El Papa Francisco exhortó a
considerar «seriamente este mensaje del Señor». Con la consciencia de que
«estas no son cosas raras, no es el discurso de un marciano», sino que son, en
cambio, «las cosas que cada día suceden en la vida». Y para verificarlo, repitió,
basta sólo con tomar «el periódico, nada más».
Sin embargo, añadió, «el hombre
es capaz de hacer mucho bien: pensemos en la madre Teresa, por ejemplo, una
mujer de nuestro tiempo». Pero si «todos nosotros somos capaces de hacer tanto
bien» somos igualmente «capaces también de destruir en lo grande y en lo
pequeño, en la familia misma: destruir a los hijos, no dejando crecer a los
hijos con libertad, no ayudándoles a crecer bien» y así, en cierto modo,
anulando a los hijos. Al considerar que «tenemos esta capacidad», para nosotros
«es necesaria la meditación continua: la oración, la confrontación entre
nosotros», precisamente «para no caer en esta maldad que lo destruye todo».
Y «contamos con la fuerza» para
hacerlo, como «nos recuerda Jesús». Por ello «hoy nos dice: “Recordadlo.
Recordaos de mí, que he derramado mi sangre por vosotros; recordaos de mí que
os he salvado, que os he salvado a todos; recordaos de mí, que tengo la fuerza
para acompañaros en el camino de la vida, no por la senda de la maldad, sino
por el camino de la bondad, de hacer el bien a los demás; no por el camino de
la destrucción, sino por la senda del construir: construir una familia,
construir una ciudad, construir una cultura, construir una patria, ¡cada vez
más!».
La reflexión de hoy sugirió al
Papa Francisco pedir al Señor, «antes de comenzar la Cuaresma», la gracia de
«elegir siempre bien el camino con su ayuda y no dejarnos engañar por las
seducciones que nos llevarán por el camino equivocado».
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